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Era la música que tocaba en el paseo, frente al Casino. Por debajo de las achatadas palmeras desfilaban, como las cuentas de un rosario de colores, las sombrillas de seda, los sombreritos de paja, los trajes claros y vistosos de toda la gente de veraneo. Los niños, vestidos de blanco y rosa, saltaban y corrían tras sus juguetes, o formaban alegres corros girando como ruedas de colores.

Y girando pausadamente los talones, con paso firme, alta y derecha la cabeza, a pesar de la extraordinaria inclinación de la pendiente, el Rey de Bastos descendió el sendero de la roca. Hullin, Marcos Divès y también Hexe-Baizel prorrumpieron en una sonora carcajada. Está completamente loco dijo Hexe-Baizel.

Parece muy satisfecha con escuchar solamente, girando sin cesar sus ojos serenos de uno a otro interlocutor y sonriendo a menudo cuando se dirigen a ella. Al llegar a cierto punto, se oye la voz del traspunte. Señorita Clotilde, cuando V. guste... Vamos allá dice levantándose.

Y en rápidos Giros Suspiros De amor, La brisa Se lleve Con leve Rumor! Ya cruzan las parejas Y alegres se suceden, Y todos se preceden Girando sin cesar, Como se balancean Las matinales brumas, Ó cándidas espumas Del agitado mar. Oh, valz, imágen De la armonia! de alegria Sabes llenar, El alma triste De los dolientes Que en tus corrientes Pueden flotar.

Leocadia, tomando un gran buche de agua de olor, afinó entre sus dientes un chorro continuo, y, girando en torno, rociolo con maestría, desde el ruedo de la saya hasta la almidonada gorguera. Una esclava vino a anunciar que las sillas de manos esperaban en el recibimiento. Llamen a Alvarez exclamó Beatriz. Un instante después llegaba la dueña con mucho rumor de cuentas y gorgoranes.

Diferénciase de la otra convocacion llamada aliden, en que esta se hace á la parte esterior, desde los alminares ó torres, en las que se construyen unas terrazas ó balcones que las ciñen en contorno, para que los almuedanes puedan dar el pregon á los cuatro vientos, girando hácia la derecha. «Si steterit mulier ad latus viri, ita ut ambo conjungantur in oratione, vitiabitur oratio viri.

El labio superior de Cora, sudoroso bajo los polvos de arroz, siempre cubierto de un rocío de salud, le disgustaba como el hocico de una hermosa bestia de grosera vitalidad; su empalagosa charla, siempre girando sobre las modas, los apuros pecuniarios o las ridiculeces de las amigas, acabó por causarle náuseas. Además, en aquello no había amor, ni capricho siquiera.

¿Qué hay? preguntó, acercándose a su Orestes. Un hombre. ¿Dónde? volvió a preguntar el seductor ansiosamente, girando dos veces en redondo. Ya escapó. Le atrapé en el momento de subir al corredor, y le tiré al suelo de un palo... Luego echó a correr... ¡Mal rayo! Ni el Romero a todo escape lo alcanzaba.

La mujer había lanzado un gemido infantil, bamboleándose, girando sobre sus pies, con los brazos á lo largo del cuerpo, sin intento alguno de defensa... Fué de un lado á otro, lo mismo que si estuviese ebria.

¿Qué era aquello? ¿Qué sombras comenzaban a turbarle? ¿Qué temores iban girando en derredor de su imaginación como fieras que se pasean en torno de su presa? ¿Era que empezaba a aspirar el hedor de los pantanosos lodazales de la tierra, o acaso que, sintiendo el yugo opresor de la materia, tenía ya su espíritu la nostalgia de la inmortalidad?