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Actualizado: 26 de julio de 2025


Sentíase Artegui tan dueño de la hora, del instante presente, que, desdeñoso y melancólico, contemplaba a Lucía como el viajero a la flor de la cual aparta su pie. Ni vinos, ni licores, ni blando calor de llama, eran ya bastantes para sacar de su apático sueño al pesimista: circulaba lenta en sus venas la sangre, y en las de Lucía giraba pronta, generosa y juvenil.

«Que sus dos almas en una acaso se misturaron». ¡Quiébrela, niño...! dijo una voz que partió del grupo de paisanos, hacia el que Melchor lanzó una mirada de indignación visible... La pareja giraba lentamente, bajo las miradas de todos y con especialidad del hermano de la rubia cuyos movimientos seguía ansioso y lívido mientras le torturaban penosamente los comentarios circundantes.

Aunque vestía a la última moda, con minuciosa corrección, repitiendo los gestos y frases aprendidos durante un año de gran vida europea, este gentleman de tez amarillenta se ponía de color de ladrillo y le brillaban los ojos siempre que giraba la conversación sobre actos de valor, y escenas de muerte, como si resucitase en su sangre la acometividad de los abuelos españoles y de los abuelos indígenas, entreverados en luengos siglos de peleas.

La imagen de la vida era la Tierra. Giraba sobre misma en determinados espacios de tiempo: repetíanse los días y las estaciones, como en la historia de los humanos se repiten las grandezas y las ruinas; pero había algo más sobre todo esto: el movimiento de traslación, que arrastra hacia lo infinito, siempre adelante... ¡siempre adelante!

Ya habían recorrido toda la atmósfera que rodea nuestro planeta; y la buena pluma, cansada y aburrida, sin fuerzas para avanzar más, giraba alrededor de su eje con desorden y aturdimiento, como un astro que se vuelve loco y olvida la ley de su rotación.

Traqueteado el tronco incesantemente por el movimiento de las aguas, iba desde la cascada á la roca y volvía luego de esta á la cascada; giraba aquí un momento, se perdía un instante en las olas de agua y espuma, y luego reaparecía por otro lado, levantándose fuera del abismo como el palo de un navío naufragado.

Mira, Reina, mira qué buen efecto produce decíame el cura. Cuando tenga un poco de plata, le haré dar una mano de pintura, o más bien, lo pintaré yo mismo; eso me divertirá y será más económico. La verdad es que pudiera ser un poco más alto, pero bueno es no tener demasiada ambición. Y el sencillo y excelente hombre, giraba con admiración, alrededor del púlpito.

La espesura vegetal y agreste del techo, daba abrigo a innumerables pajarillos, alegres y satisfechos con tener allí ocultos sus nidos, mientras que el buey giraba con lento paso, haciendo resonar la esquila que le pendía al cuello y cuyo silencio indicaba al hortelano que el animal disfrutaba el dulce far niente.

Oía mugidos de toros, y uno de estos animales salía de detrás de la cruz y echaba a los pies del calenturiento su pobre perro, privado de la vida. La cruz misma se le acercaba vacilante, como si fuera a caer, y abrumarle bajo su peso. ¡Todo se movía y giraba en rededor del infeliz!

El maquinista se resistió a dar más presión, la rueda giraba con esfuerzos estupendos... Aquello se ponía feo, muy feo, cuando la voz de Maal que, con el acento desesperado de un oficial de Tristán rindiendo su espada en Salta, gritaba: ¡Cabo!

Palabra del Dia

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