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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Hullin se sentaba entre los leñadores, los carboneros, los schlitteros, frente a un gran fuego hecho con serrín, y mientras giraba la pesada rueda, retumbaba la presa y rechinaba la sierra, él, con el codo apoyado en la rodilla y la pipa en los labios, hablaba a aquella buena gente de Hoche, de Kléber y, por último, del general Bonaparte, a quien había visto cien veces, describiendo su rostro enjuto, sus ojos penetrantes y su perfil de águila, como si le tuviera presente.
En un rincón estaba la Tarasca, espantable monstruo de cartón que abría sus fauces asustando a Gabriel, mientras sobre su lomo rugoso giraba locamente una muñeca desmelenada e impúdica, que la religiosidad de otros siglos había bautizado con el nombre de Ana Bolena. Cuando Gabriel fue a la escuela, todos se asombraron de sus progresos.
Era una casa muy grande, situada, si no en el barrio más desierto, en el más serio de la ciudad, rodeada de conventos y dotada de un jardincito que languidecía en la sombra de las altas paredes que lo circundaban. Había amplias habitaciones sin aire y con escasa luz, severos vestíbulos, una escalera de piedra que giraba en oscuro hueco y muy poca gente para animar todo aquello.
Sentía que su mente giraba en una vorágine de negrura, y escuchaba dentro de su cerebro el ladrido de las potencias tenebrosas de la venganza; no viendo sino una sola idea, una sola necesidad, una sola justicia: ¡el exterminio, la muerte! Tomó, sin embargo, sin poder resistirlo, el nuevo beso de Beatriz, devolviendo aquella caricia con una mordedura salvaje.
Tal vez era por inconsciencia, tal vez por un ansia de aturdirse pidiendo al azar las ilusiones del alcohol; pero la bolita de marfil giraba sin descanso en numerosas ruletas, los naipes no cesaban de caer en doble fila sobre las mesas del «treinta y cuarenta», la aglomeración en torno de los tableros verdes iba en aumento.
Eran tres, e introduciendo la mayor en la cerradura de la puerta que conducía a la prisión del Rey, vi que giraba sin dificultad. ¡La puerta estaba abierta! Entré, y cerrándola tras mí con el menor ruido posible, retiré la llave y la guardé en el bolsillo. Me hallé en lo alto de una escalera de piedra, alumbrada débilmente por una lámpara de aceite. Descolgué ésta y permaneciendo inmóvil, escuché.
El daría cuanto era por ser aquel banco del jardín, abrumado dulcemente por su peso las tardes enteras; por convertirse en la labor que giraba entre sus dedos delicados; por transfigurarse en una de las personas que la rodeaban a todas horas, de aquella Beppa, por ejemplo, que la despertaba por las mañanas, inclinándose sobre su cabeza dormida, moviendo con su aliento la cabellera deshecha, esparcida como una ola de oro sobre la almohada y que secaba sus carnes de marfil a la salida del baño, deslizando sus manos por las curvas entrantes y salientes de su suave cuerpo.
Aproximáronse, mudos, rechinando los dientes con franco propósito de morder, extendiendo sus zarpas hacia los pantalones. El joven cogió una piedra, llamando con fuertes gritos a Zaratustra y a la señora Eusebia. Sonó detrás de la cabaña un silbido y la vocecilla de Polo llamando a sus canes. Isidro pudo seguir adelante escoltado por el fiero grupo, que giraba en torno de él, oliéndole las ropas.
Á pocos pasos, enfrente de nosotros, estaba la taberna; y en su portal, dos reses desolladas colgadas de una gruesa viga, eran el centro alrededor del cual giraba entonces el pueblo entero, en busca de un pedazo de carne, sabroso regalo con que se celebraba entre aquella gente la fiesta del patrono.
Pero de pronto arrepentíase de esta confianza, sentía miedo y vergüenza, y giraba la cabeza para escucharle con los ojos perdidos en los pentagramas del libro de música.
Palabra del Dia
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