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Actualizado: 4 de mayo de 2025
No sé qué se fue, que, en acabando de decirme esto, se le llenaron los ojos de lágrimas y un nudo se le atravesó en la garganta, que no le dejaba hablar palabra de otras muchas que me pareció que procuraba decirme.
La sensacion de ardor quemante no escluye una especie de escalofrío y de frio, que asciende hasta la garganta. La tos se reproduce por la palabra, por el frio, por el cosquilleo en la faringe; es corta, conmovente, seca, con sensacion de escoriacion en el pecho. Esta cavidad es el sitio de una opresion nerviosa, como por aniquilamiento de las fuerzas.
Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así. Hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y con el vino que para beber le había traído, laváronme la cara y la garganta, sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo: "Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del año que yo bebo en dos.
Al proferir estas palabras se le había ido anudando la voz en la garganta, hasta que se echó a llorar perdidamente. Me costó mucho trabajo calmarla, pero al fin lo conseguí elogiando su carácter franco y sencillo y su buen corazón, y prometiendo quererla y respetarla siempre. Me hizo jurar una docena de veces que no pensaba nada malo de ella.
Lucía quiso hablar; pero parecíale que un dogal muy suave, de seda, se ceñía a su garganta, estrangulándola cada vez más. De improviso la soltó Artegui; ella respiró, adosándose a la pared, aturdida.... Cuando miró en torno, no estaba en la habitación sino Gonzalvo, que leía entre dientes el telegrama, olvidado por su dueño sobre la mesa.
Todos los días iba hacia la casa azul trémulo de esperanza, agitado por la ilusión. «Tal vez sea hoy», se decía. Y le temblaban las piernas, y la saliva parecía solidificarse en su garganta, ahogándole.
Conque, ya sabes; si te viene un verso a la lengua, cierras la boca.» Mi padre padecía mortales congojas. Yo le veía trasudar. La nuez le sobresalía de modo pavoroso, como si los consonantes, contenidos y atragantados, le hicieran bulto desde dentro de la garganta y le fueran a estrangular. «Habla, hombre, habla; pero en prosa», le ordenaba la duquesa.
Pero se encontró con una voluntad de hierro y una muñeca de acero: agresor y agredido rodaron agarrados por el suelo; en el mismo instante, el viejo se irguió, tomando con una mano la pistola que había podido arrebatar y con la otra sujetando con el brazo tendido la garganta de un joven de hosco y salvaje semblante, que pretendía deshacerse con esfuerzos sobrehumanos.
A las seis de la madrugada, al despedirse Paco de Mesía con un apretón de manos, a la puerta del Casino, el Marquesito exclamó: ¡Bravo! ¡Al fin! ¿Eh? Mesía tardó en contestar; se abrochó su gabán entallado de color de ceniza, hasta el cuello; se apretó a la garganta un pañuelo de seda blanco, y al cabo dijo: Ps.... Veremos.
Petra vio que estaban solos... y se echó a llorar. Don Fermín hizo un gesto de impaciencia, que no vio Petra, porque tenía los ojos humillados. Había querido hablar el canónigo, pero no había podido; sentía en la garganta manos de hierro, y por el espinazo y las piernas sacudimientos y un temblor tenue, frío y constante. ¡Pronto! ¿qué pasa?... pudo preguntar al cabo.
Palabra del Dia
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