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Actualizado: 4 de mayo de 2025


El blondo caballero se estremece levemente, alza un poco la cabeza de la almohada, aspira el aire con fuerza por entrambas narices, tira hacia por la ropa que le cubre y se oculta otra vez en la almohada, dejando escapar de su garganta un débil y prolongado ronquido.

Hacía pocos momentos que un ruido sordo y continuo parecía anunciar la vecindad de una catarata, cuando el valle se cerró repentinamente y tomó el aspecto de una garganta solitaria y salvaje.

Tampoco existe salivacion, ni el menor aflujo de saliva, lo cual está en armonía con el estado de tension y de eretismo que se observa en los enfermos curados por el ambar, ni del mismo modo se presenta tumefaccion sensible en las amígdalas y garganta, á pesar de algunos síntomas de angina.

¡Cómo duerme! ¡Chist!... ¡Silencio! no se despierte mi niño. ¡Qué hermoso está! Se sonríe con un gesto tan tranquilo... Revueltos sobre la frente de su cabello los rizos, descubierta la garganta, cuyo cútis cristalino dibujan de azul las venas y hacen mover los latidos, su blanca manita oculta por el redondo carrillo... todo en él es inocencia, parece un ángel bendito.

Cuando hubo cesado la señorita y la hubieron colmado de aplausos, del centro del patio salieron algunas voces diciendo: Ahora, que cante don Alejandro. El clérigo se excusó diciendo que no tenía bien la garganta; pero, apremiado por el concurso, entonó al fin con voz engolada de tenor el Spirto gentile, arrastrando las notas y desfigurándolo hasta convertirlo en empalagoso canto de iglesia.

A la noche del tercer día se dirige a la Sala, y estaba dictando al escribiente su renuncia, cuando el cuchillo que corta su garganta interrumpe el dictado.

Pero aquella criatura de alma viciosa sabía representar su papel como una gran artista, y hasta el mismo don Benito, que no comulgaba fácilmente con ruedas de molino, estaba rendido aquella noche ante ella, al verla desfallecida sobre un sofá, con la pollera de su riquísimo vestido de surah ligeramente recogida, dejando ver su pie, admirablemente calzado, y la garganta de su pierna cubierta por una media de seda bordada.

¿Qué se ofrece caballero? dijo Aresti con su voz alegre que parecía esparcir la confianza entre los desgraciados. Señor dotor gimió el muchacho. Mi padre... mi pobre padre. Y como si no pudiera contener la pena tanto tiempo comprimida, se ahogaron las palabras en su garganta y rompió á llorar. Aresti se fijó en él.

Musitando, en seguida, misteriosa frase, la anciana sacó de la gaveta de un mueble una figurilla de lienzo. La cabeza, sin facciones, estaba toda erizada de crin híspida y espesa. La cintura era ceñida, la falda ampulosa; dos largos punzones traspasaban de parte a parte la garganta.

Palabra del Dia

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