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No me hagan ustedes decir lo que no pienso, replicó vivamente la señorita de Freneuse. De ningún modo querría dañar en vuestro concepto al conde de Sorege. Tiene un carácter que no me agrada; no hay más. ¿Y qué carácter es el que usted le atribuye? Se mostraba altanero y burlón, y á me cuesta trabajo soportar ese modo de ser. Calculaba fríamente y no obraba jamás á la ligera.

Y con los puños cerrados marchó contra el alemán. Este le puso el revólver ante los ojos, sonriendo fríamente. Iba á disparar... Pero en el mismo instante Desnoyers cayó al suelo, derribado por los que acababan de subir. Recibió varios golpes; las pesadas botas de los invasores le martillearon con su taconeo.

No vino él al hogar con ánimo de provocarla, mas tampoco le parecía razonable ni conforme a su ministerio mirar en calma aquel estado de honda perturbación que le hizo prorrumpir en un momento de ira: «parecéis judíosSu entusiasmo religioso era sincero: la conciencia le dijo que, si los azares de la vida le hubiesen colocado junto a gentes extrañas, empecatadas como sus padres y hermanos, habría puesto tenaz empeño en convertirlas, y que mal podía contemplar fríamente la perdición de su propia viña.

¿Y ese extranjero que la acompaña ahora es... es...? Es un amigo dijo ella fríamente . Un amigo que ha tenido la bondad de acompañarme, aprovechando la ocasión para conocer España; un hombre que vale mucho y lleva un nombre ilustre. De aquí nos iremos a Andalucía, cuando acabe él de ver los museos. ¿Qué más desea usted saber?...

A Joaquinita siempre le había sido muy antipático, sin saber por qué. ¿Adonde irá este títere? preguntó por lo bajo, después de corresponder fríamente a su saludo. Montesinos alzó los hombros con indiferencia. ¡Qué pelea le tienes a este chico! Yo le encuentro fino y agradable. ¡Qué horror! exclamó ella riendo. En Pau volvieron a verle en la estación, y ya no le vieron más.

Las rentas de España llegaron a bajar a catorce millones de ducados, mientras las del clero ascendían a ocho millones. La Iglesia poseía más de la mitad de la fortuna nacional. ¡Qué tiempos!, ¿en, don Antolín? El Vara de plata le escuchaba fríamente, como si hubiese formado un concepto definitivo de Luna y no hiciera gran caso de sus palabras.

Bastaba la visión de una carne desconocida, una sonrisa, una ojeada, para que diese al olvido juramentos y compromisos. Se insultaba fríamente, y para aminorar su culpa, incluía en esta vergüenza a todos sus semejantes. «Nos consideramos muy hombres, y tenemos un alma de cortesana.

Contra el testimonio de sus propios ojos alegaba el instinto, una voz interior que le señalaba sin cesar a su enemigo. Apareció éste en la tertulia. Saludó fríamente a Amalia y se fue derecho al gabinete; pero Manuel Antonio le retuvo tirándole por el faldón del frac. ¿Dónde vas, Luis? Ven aquí, muchacho; no te nos enfrasques tan pronto en el juego.

Sorege respondió impasible, con los ojos medio cerrados y sonriendo fríamente: Hay algo de verdad en lo que dices, pero exageras. Yo no soy un amante vulgar, pero no soy un sádico ¡qué diablo! No me es indispensable oir salir gritos de dolor de una bonita boca para gozar besándola.

Debiera caérsete la cara de vergüenza, ¿y vienes con arrumacos?... Me tienes tan harta, ¡tan harta! que milagro será que sufra tus sandeces mucho tiempo... El guapo se irguió entonces con arrogancia y respondió fríamente: ¿Es de veras eso? ¡Y tan de veras! exclamó ella mirándole con ojos de indignación.