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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Cerca de las corrientes de agua abra su delicada flor la parnasia y en otras partes florecillas blancas y azules, rojas ó amarillas, se multiplican y forman tales muchedumbres, que dan su color á toda la pendiente vegetal, y desde las vertientes opuestas se puede conocer qué especie de planta domina en la pradera, á medida que la nieve retrocede hacia las alturas ante la alfombra de florida verdura.
Tal claridad hace ver bien cuanto vive al pie de los árboles grandes; los insectos que se arrastran, las florecillas que se balancean, los hongos y musgos que alfombran tierra y raíces, y sobre los mismos árboles, líquenes blancos y dorados que se mezclan y confunden con los rayos de luz. Según las estaciones, cambia incesantemente de apariencia el bosque de hayas.
Y yo, Alcaparrón amigo, cuando siento ganas de llorar recordando la nada de aquél montón de tierra, la triste insignificancia de las florecillas que lo rodean, pienso en que no está allí mamá completamente, que algo se ha escapado, que circula al través de la vida, que me tropieza atraído por una simpatía misteriosa, y me acompaña envolviéndome en una caricia tan suave como un beso... «Mentira», me grita una voz en el pensamiento.
Los naranjos, cubiertos desde el tronco a la cima de blancas florecillas con la nitidez del marfil, parecían árboles de cristal hilado: recordaban a Rafael esos fantásticos paisajes nevados que tiemblan en la esfera de los pisapapeles.
Hasta la Naturaleza, a veces caprichosa, había añadido un sarcasmo a tanta burla, dejando brotar en la cornisa y enlazarse con las labores de la alta crestería, muchas de esas florecillas de un amarillo sucio que crecen en la frente de las ruinas como coronas funerarias puestas por el tiempo sobre aquello mismo que destruye.
El marqués presentía en tan arrogante hembra, no el placer de los sentidos, sino la numerosa y masculina prole que debía rendir; bien como el agricultor que ante un terreno fértil no se prenda de las florecillas que lo esmaltan, pero calcula aproximadamente la cosecha que podrá rendir al terminarse el estío. Pasaron al salón después de la comida, para la cual las muchachas se habían emperejilado.
Las florecillas que cubrían el techo de la cabaña, en imitación de los jardines de Semíramis, se acercaban unas a otras, mecidas por las auras, a guisa de doncellas tímidas que se confían al oído sus amores. La mar impulsaba blanda y pausadamente sus olas hacia los pies del duque, como para darle la bienvenida. Oíase el canto de la alondra, tan elevada que los ojos no alcanzaban a verla.
En la puerta, las vendedoras de flores entorpecían el paso de la gente, y alargaban sus manos con puñados de rosas y otras florecillas, gritando: «Un ramito de olor...». «Cuatro cuartos de rosas». Isidora compró rosas para acompañarse de su delicado aroma por todo el camino que pensaba recorrer. Al punto empezó a ver escaparates, solicitada de tanto objeto bonito, rico, suntuoso.
Quisiera ver una planta de jazmín grande, grande, que me diera sombra. ¡Y cómo me quedaría yo embelesada, viendo las mil florecillas caer sobre mis hombros, y prendérseme en el pelo!... Yo sueño con tener un magnífico jardín y una estufa... ¡Ay! esas estufas con plantas tropicales y flores rarísimas, quisiera verlas yo. Me las figuro; las estoy viendo... me muero de pena por no poder poseerlas.
Era el beso-suspiro de la germánica sentimental paseando entre los tilos, a la caída de la tarde, apoyada en el brazo de un estudiante y con un ramo de florecillas azules sobre el pecho; un beso de abajo a arriba, caricia suplicante de hembra dulzona en la que el amor se presenta acompañado de la humildad y que antes de besar desploma su cabeza como signo de servidumbre en el hombro de su dueño.
Palabra del Dia
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