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Actualizado: 4 de mayo de 2025


¡Impostora... bruja! grita al oír estas palabras, descompuesta y febril, la mujer del Tuerto. ¿Yo borracha? ¿Cuántas veces me ha levantado usté del suelo, desolladora? Y aunque fuera verdá, á mi costa lo sería: á denguno le importa lo que yo hago en mi casa. Mi casta es mejor que la de usté, por todos cuatro costaos. Y yo en mi casa me estaba.

Antonia contestó en el acto: Me siento tan cansada que si Magdalena quisiera sustituirme, yo muy a gusto descansaría un ratito. Brilló un rayo de alegría en la febril mirada de Magdalena, y como a la sazón se oyesen las primeras notas del vals, alzose de su asiento y asiendo con su mano nerviosa la de Amaury lo arrastró al centro del salón, en donde abundaban ya las parejas.

Claro que no, Julio. Y Laura, excitada, embellecía extraordinariamente. Sus ojos arrojaban un brillo cada vez más febril. ¡Laura! llamó Zoraida desde arriba. ¿Qué quieres, Zoraida? preguntó ella con tono de júbilo. ¿Con quién estás? Con Julio. Ya iremos. Luego, subiendo la escalera, su rostro recobró la calma, y dijo a Julio en voz baja: Ya ve usted que no hay motivos para sufrir, ni usted ni yo.

El moreno y hermosísimo semblante de la condesa estaba embellecido por el color febril de una excitación extraña; el amor, pero un amor lastimado, ofendido, receloso, entumecía sus ojos fijos en Quevedo.

Pepita le pidió que le dejase a D. Luis; que no se le llevase; porque él, tan rico y tan abastado de todo, podía sin gran sacrificio desprenderse de aquel servidor y cedérsele a ella. Terminados estos preparativos, que nos será lícito clasificar y dividir en cosméticos, indumentarios y religiosos, Pepita se instaló en el despacho, aguardando la venida de don Luis con febril impaciencia.

Por espacio de algunos meses vivió en un estado febril; apenas comía, apenas dormía; tan profundamente distraído, que se le olvidaban los menesteres más corrientes de la vida. Si Carlota no le vigilase saldría a la calle con las botas rotas o sin corbata. Hablaba poco y no siempre acorde. Algunas veces Miguel y Carlota iban a visitarle al taller.

Doña Paca advirtió en él, juntamente con los síntomas de agravación, cierta alegría febril, lo que juzgó de malísimo agüero, pues si su amo se volvía niño o demente cuando tan malito estaba, señal era esto de la proximidad del fin. Toda la noche estuvo dando vueltas de un lado para otro, queriendo levantarse, y renegando de que le tuvieran prisionero en la cárcel de aquellas malditas sábanas.

Y con ansia febril repasaba en su interior los nombres de todas las píldoras conocidas y hacía esfuerzos inauditos para grabar en la memoria la calle de Rebollo y el número 68. ¿Chismes? exclamó fuera de la Valdivieso . ¿Y también es chisme lo del viaje... con el ayuda de cámara, por supuesto?...

Aquella ciudad, profanada por los judíos y los moros, antojábasele a Ramiro, sumida como un solo ser, en inmenso dolor religioso; y, a la hora del crepúsculo, creía respirar a través de sus calles, errante hálito de vigilia, un aliento febril de insomnio, de penitencia.

Y, cuando el carruaje se detiene, no espera que la portezuela se abra, sino que salta por encima de ella, a los brazos de Martín. Está febril, agitada, jadeante, sus labios se mueven como si fuera a hablar, pero la voz le falta. ¡Calma, muchacha, calma! dice Martín, acariciando sus cabellos que caen entonces en bucles sobre su cuello desnudo. Juan permanece inmóvil, sumido en su contemplación.

Palabra del Dia

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