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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Magdalena durmió con sueño febril e inquieto, viéndose en su pesadilla bien a las claras el influjo de la agonía que se avecinaba ya. Al rayar el alba se despertó, lanzó un grito y extendiendo los brazos hacia su padre, exclamó: ¡Papá! ¡papá! ¿Verdad que no moriré? Abrazóla el doctor respondiéndole con las lágrimas que brotaban de sus ojos.

Es un medicamento de uso habitual, y tanto mas útil hoy dia, cuanto que el elemento nervioso se une más y más á las fiebres, y que la astenia nerviosa produce la irritabilidad anémica en un gran número de enfermedades crónicas. =A.= Fiebres. En toda afeccion febril las consideraciones etiológicas tienen la mayor importancia.

El extranjero que llega por vez primera á Paris está seguro de fastidiarse los tres primeros dias con el tumulto de su incansable movimiento y la febril agitacion de aquella vida. Pero muy pronto la reaccion comienza, y la idea que primero se presenta es la de continuar en su recinto todo el tiempo posible.

Y esta última exclamación del inquisidor general, más que una humilde invocación á Dios, era la impaciente queja de un alma exasperada por el sufrimiento, saturada de dolor, violentada, enferma, desesperada. Los ojos del padre Aliaga resplandecían con un fuego febril. Su cuerpo temblaba de una manera poderosa.

Su vida interna, durante aquellos seis meses, había sido devorada por una actividad febril, ansiosa, mareante, disimulada con esfuerzo bajo actitud tranquila y altiva. A veces la sorda irritación que la minaba no podía resistir tanta presión, y estallaba en un flujo de palabras candentes, injuriosas, que pronunciaba en voz baja, al advertir algún signo de inteligencia entre los traidores.

Por fin le vi aparecer y calmose mi febril impaciencia con su llegada.

Y empezó un regatear febril, una disputa de contratación que retrasaba las ventas. Pero ¿qué se vendía y qué se compraba allí? Los matacandiles que en las tardes de primavera dan materia a un animado comercio infantil, ¿se cambiaban por dinero? No, porque la escasez de numerario lo vedaba.

Pasaba revista a varios periódicos con febril ansiedad y desaparecía en seguida con un desengaño más en el alma. Era que «no se lo habían publicado». Se trataba de alguna poesía o cuento fantástico que había mandado a cualquier periódico y que no acababa de salir.

Como la señorita había quedado muy quebrantada por los insomnios y el dolor, no podía atender á las cosas de la casa: la asistenta y la incansable tía Roma la sustituyeron hasta donde sustituirla era posible. Y he aquí que cuando la tía Roma entró á llevarle el chocolate al gran inquisidor, ya estaba éste en planta, sentado á la mesa de su despacho, escribiendo números con mano febril.

¿Qué le ocurre a usted, amigo Apolonio? Parece usted febril. Don Anselmo, yo le digo: ya la ocasión es llegada que me cumpla como amigo una promesa sagrada. A ver, a ver.... En esta zapatería, y lo juro por mi dama, me prometió usté que haría que me estrenasen el drama. Y sostengo la promesa. Pero es el caso que no ha venido ninguna compañía dramática.

Palabra del Dia

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