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Era de madera primorosamente tallada y pintada y con cierta expresión triste y apacible en el rostro que había sido la que moviera la joven a comprarla. Al tropezar con la mirada dulce pero glacial de la imagen, se apagó la sonrisa feliz que aun vagaba por sus labios, quedando inmóvil y hondamente pensativa.

Porque el fondo de la obra de arte, que es la belleza ideal, carezca de límites no debe imaginarse que su expresión plástica ó conceptiva pueda sustraerse á ellos. La belleza se expresa eternamente en la naturaleza de un modo definido, claro, concreto. En el arte debe acaecer lo mismo.

Pero ¿este viejo teñido por qué se interponía entre él y Maud con su maldito bridge?... Creyó ver en él cierta expresión de petulancia, el orgullo de su amistad naciente con aquella señora que hasta entonces sólo se había fijado en Ojeda... No habría bridge: lo juraba Fernando en su interior.

Pero , Petra añadió ¿por qué no le has dicho la verdad al señor? Señora, yo... no sabía si debía.... ¿Si debías qué? preguntó don Víctor con expresión de no comprender. Si debía... Al amo no hay que ocultarle nunca nada dijo la Regenta clavando los ojos altaneros en la criada. Petra sonrió torciendo la boca, y bajó la cabeza. Don Víctor miraba a todos con entrecejo de estupidez pasajera.

Este hombre, cuya edad no parecía más allá de los treinta años, podía ser tenido por hermoso; pero su rostro se contraía algunas veces con un gesto repelente, y sus grandes ojos obscuros brillaban con una expresión imperiosa y cruel.

Yo, de pie al lado de ella, miraba flotar sus manos sobre el teclado y buscaba la expresión de su rostro graciosamente inclinado, y de sus ojos, en los cuales se reflejaba instintivamente el sentimiento de aquellas frases sabias y poéticas a la vez que se elevan como los ecos de una plegaria... Por fin se extinguió la última nota y Valentina levantó la cabeza...

Decididamente, no he venido al mundo para las negociaciones delicadas. Esta vez era Kisseler, y detrás de él, Lautrec. No con qué expresión lo he recibido, pero que fue bastante singular para que, en varias ocasiones, me mirase sonriendo. No pude menos de hacer la observación en voz alta: ¿Qué tengo hoy de extraordinario? Lautrec respondió: Estoy observándolo. ¡Ay, señor cura!

La cigarrera le escuchaba muda, con los labios blancos, mirando fijamente al rostro de Baltasar, que tenía la expresión distraída del mal pagador que no quiere recordar su deuda. Y era lo peor del caso que, por más que la Tribuna quería echar mano de su oratoria, que le hubiera venido de perlas a la sazón, no encontraba frases con que empezar a tratar del asunto más importante.

Al apartarse, la embriaguez había desaparecido por completo. Dirigió una mirada vaga, extraviada, al indiano. Pero esta mirada adquirió súbito expresión de espanto, se fijó en él como en un animal extraño que la viniese a acometer. ¿Qué hace usted aquí?... ¡Ah, ! exclamó llevándose la mano a la frente. ¡Dios mío! ¿Qué me pasa? ¿Estoy soñando?...

¡Ah! es usted muy bueno, señor Greenwood replicó, levantando sus hermosos ojos y mirándome con una expresión de profunda gratitud. Debo confesar que la idea de tener que verme íntimamente ligada a un desconocido, y que este desconocido es un extranjero, me produce un gran temor y recelo.