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Actualizado: 10 de julio de 2025


Ricardo contempló un instante la operación en silencio; pero no tardó en exclamar con señales de asombro: ¡Qué atrocidad! ¡Qué atrocidad! Las criadas volvieron la cabeza. Marta también alzó la suya. Pues, ¿qué pasa? Pero, niña, ¿dónde te has comprado esos brazos tan rollizos? La niña se ruborizó, y entre risueña y molesta llevó la mano a las mangas del vestido bajándolas un poquito.

No era Juana muy reflexiva ni previsora, y no pensó en las dificultades; sólo pensó en el triunfo que ella y su hija, en su sentir, habían alcanzado. Acudió, pues, a la sala baja, donde Juanita estaba cosiendo, y con el mayor alborozo le dio parte de lo que ocurría. Como comentario, la madre no sabía sino exclamar: ¡Qué victoria! Todas esas perras, cochinas, van a reventar cuando lo sepan.

Es verdad, sobre todo los domingos, en que viene tanta gente repuso la vecina con voz suave, dulcísima, como las notas de una flauta sonando en un bosque de laureles y mirtos. ¡Eso es! se apresuró a exclamar Mario, vivamente impresionado por esta profunda observación.

En el resto del año Coro y Puerto Cabello, últimos baluartes de la dominacion española en Venezuela, cayeron tambien en manos de los valientes y beneméritos hijos del Nuevo Mundo, cuya heróica sangre venia derramándose hacia tantos años, y por fin, al despedirse el de 1823, podian exclamar, enarbolando el pabellon de Colombia: "Ya somos libres." Bolívar en Lima. El espíritu público en el Perú.

Don Juan adelantó dos pasos, la cogió amorosamente por el talle y la besó en una mejilla con aparente inocencia, reanudando el dúo de la noche pasada con aquella misma naturalidad que emplearía Fray Luis de León al exclamar: «Decíamos ayer...» Cristeta, sin rehuir el beso, habló de este modo: ¡Vaya una temeridad! ¡No sabes qué cavilosa he pasado el día! ¿Por qué, vida?

Los poetas que gozaban de una posición desahogada, muy particularmente, pasaron gran parte del día mirando caer los copos al través de los cristales de su gabinete, y meditando lindos e ingeniosos símiles de esos que hacen gritar al público en el teatro «¡bravo, bravo!» u obligan a exclamar cuando se leen en un tomo de versos: «¡qué talento tiene este joven

¿Que no se las quieren comer? repuso el paisano. ¡Anda, anda! ¡Pues si no las guardases bien, ya darían buena cuenta de ellas! ¿verdad, D. Andrés? Tiene usted unas hijas muy guapas dijo éste, ya sereno. Pero la que más le gusta a usted es Rosa. ¡Padre! volvió a exclamar la chica con voz angustiada. Verdad que ... Pero como yo no le gusto a ella, no tendrá usted necesidad de poner garduñas.

Y todo aquello Luisa lo abandonaba sin pena, pensando sólo en los bosques, en los senderos cubiertos de nieve, en las montañas que se perdían de vista desde la aldea hasta Suiza y más lejos aún. ¡Ah! El maestro Juan Claudio tenía razón al exclamar: ¡Heimatshlos, heimatshlos! La golondrina no puede domesticarse; necesita el aire libre, el cielo inmenso, el movimiento incesante.

Nolo sintió latir su corazón con violencia y un rayo de alegría iluminó su semblante. La tía Felicia, sofocada por el llanto, no supo más que exclamar: ¡Cuánto más hermosa estás así!, mi reitana. Pero el tío Goro supo al fin encontrar en lo recóndito de su cerebro una sentencia adecuada. La verdadera hermosura, Felicia, no está en el cuerpo, sino en el alma.

¡No es eso! ¡No es eso! repuso el joven en tono de impaciencia y no poco avergonzado. Debes perdonarla, porque no está acostumbrada a estas cosas. Es una chiquilla... Además, el estado en que se encuentra, tal vez influya en su estómago. ¡No es eso, Cecilia! volvió a exclamar el joven con más impaciencia, levantando un poco la cabeza de las almohadas.

Palabra del Dia

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