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Actualizado: 10 de junio de 2025
Oliéndole el aliento, rompió en exclamaciones de asco y horror: «Quita, quítate allá, borracha. Apestas a aguardiente. No lo he catado, señora; me lo puede creer». Insistía Doña Paca, que en aquellas crisis convertía en realidades sus sospechas, y con su terquedad forjaba su convicción. «Me lo puede creer repitió Benina . No he tomado más que un vasito de vino con que me obsequió el Sr. de Ponte.
Hay gentes que no pueden decidirse a volver a su casa; lo retienen a uno, y le impiden retirarse a hora razonable. Mientras la juventud conversaba así, de una manera general, el criado introducía sucesivamente a Max Platel y a Bertrán Gardanne. Cada uno de los que entraba era recibido con exclamaciones alegres.
Veíase obligada a escuchar sus alegres exclamaciones, sus comentarios satíricos, sus crueles chanzonetas sobre aquel billete sin firma, cuyo autor no conocían, pero que se proponían insertar al día siguiente en un periódico, como modelo del estilo epistolar de las Sevigné del coro de baile.
El señor Vicente despertaba unos instantes, mascullando santas exclamaciones: «¡Ay, señor!», y volvía a sumirse en su sueño intranquilo, cortado por las visiones del ayuno y la exaltación. Oían detrás del tabique su voz medrosa con sacudidas de terror: ¡Suéltame... te conozco! Eres el Malo... ¡Largo de aquí!
Ben-Tovit, animado por las exclamaciones de compasión que profería de vez en cuando su vecino, daba a su rostro una expresión de sufrimiento, cerraba los ojos, balanceaba la cabeza, gemía, mientras de las profundas simas de la montaña y de las llanuras lejanas ascendía la obscura noche, que parecía deseosa de ocultar al cielo el gran crimen que se acababa de cometer sobre la tierra.
Bebió Reyes ponche, champaña, benedictino después, y ya, sin conciencia despierta para reprobar las demasías que se permitían el barítono y la contralto y alguna otra pareja, consintió en brindar, por último, cuando de todas partes salían exclamaciones que le invitaban a desahogar su corazón en el seno de aquella amistad artística, «no por nueva, pensaba él, menos firme y honda».
Se deshacía, se derretía en amor divino, rompiendo muchas veces en exclamaciones de entusiasmo, en frases incoherentes, como si estuviera loca. Y con esto, su humildad y sumisión tan perfectas, que bastaba una mirada de su confesor para confundirla, para hacerle temblar y pedir perdón por los actos más inocentes.
Para tener el derecho de examinarlo desde más cerca y más largo tiempo imité el gesto, las actitudes, la manera de mirar y hasta las pequeñas exclamaciones de aprobación de los aficionados prácticos en la materia de arte pictórico. Fingí apasionarme por la obra del pintor cuando en realidad no apreciaba ni adoraba otra cosa que el modelo.
Salieron por donde habían entrado, y al hallarse fuera, la pluma prorrumpió en exclamaciones: «¡Oh, gracias á Dios que veo otra vez el profundo cielo, las altas estrellas y la luna! ¡Qué hermosura! Paréceme que hace años que no he visto este admirable espectáculo, siempre nuevo y seductor.
Rióse la niña, turbóse el indiano, ayudóla á posar la herrada, hubo palique, preguntas, exclamaciones, vino la noche y salió la luna, sin que se interrumpiese el coloquio, y á Sebastián le pareció que en su espíritu no era la luna, sino el sol de Mediodía lo que irradiaba en oleadas de luz ardorosa y fulgente...
Palabra del Dia
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