United States or Puerto Rico ? Vote for the TOP Country of the Week !


Pero, al fin, se arregló todo. Felipe subió a la vetusta berlina de los condes, y Raúl y Amaury siguieron en el cupé de este último. Llegaron a la casita de la calle de Angulema en la cual Amaury no había puesto los pies hacía ocho meses: los criados eran los mismos y al verle prorrumpieron en exclamaciones de alegría, a las cuales respondió Amaury vaciando sus bolsillos con amarga sonrisa.

Aquí un coro de exclamaciones de asombro, de ayes contenidos, y la protesta de la misma voz. «, el pulmón; no había que asustarse. El pulmón se cicatriza con facilidad. Es el órgano más bondadoso del cuerpoSólo había que temer a la pulmonía traumática.

Aquella misma tarde Andrés subió de nuevo a un coche del ferrocarril minero, pernoctó en la capital de la provincia, y con veinticuatro horas más de viaje se plantó en Madrid. ¡Qué gordo! ¡qué moreno! ¡qué cambiado está usted, amigo Heredia! ¿Dónde se ha puesto usted de esa manera? Por donde quiera que iba, llegado a la corte, escuchaba estas o semejantes exclamaciones.

Cuando un criado abrió la puerta de la casa que da a un patio abierto, se encontró cuatro cestitas de junco llenas de quesos, panecillos de manteca hechos en forma de zuecos y avellanas. Los pastorcillos que habían dejado allí aquellos regalos, se escondieron y pudieron oír también nuestras exclamaciones de asombro; misterio por misterio, ofrenda por ofrenda.

La multitud se arremolinó, movida por el regocijo, y exclamaciones de alegre curiosidad salieron de muchas bocas. Desfilaba la parte grotesca de la procesión, conservada por el espíritu tradicional como recuerdo de las épocas más religiosas de nuestra historia, que unían siempre el regocijo a la devoción.

Mi mujer, al revés de muchas provincianas que juzgan rebajada su dignidad si se asombran o admiran de algo al entrar en la capital, se admiraba y entusiasmaba con todo lo que veía. El paseo de coches del Retiro, los suntuosos escaparates, los grandes edificios, el lujo del teatro Real, la hacían prorrumpir en exclamaciones de placer y de asombro. El teatro, sobre todo, la seducía.

Las exclamaciones de sorpresa y censura que se oyeron en ambos bancos indicaron que los miembros de la comunidad apreciaban la gravedad del último cargo; pero el abad impuso silencio, levantando su huesuda mano. Continuad, dijo al lector.

Las mujeres prorrumpían en lamentos. La madre de Margalida, olvidando toda prudencia, juntaba las manos y elevaba los ojos con una expresión de terror. «¡Reina Santísima!...» Febrer, a quien el descanso en la cama había devuelto la serenidad, extrañábase de estas exclamaciones.

Al mismo tiempo tosía con una expresión irónica. ¡Ejem! ¡ejem!... Y el devoto remendón movía la cabeza como si contestase: «¡Eh! ¿Qué tal? ¿No lo decía yo?...» Cuando supo Maltrana esta visita, prorrumpió en exclamaciones de cólera. De estar él, allí les hubiera echado a la calle, para que aprendiesen a no curiosear en casa ajena.

«¿Sabe usted, Estupiñá, lo que dicen ahora? Pues dicen que los ingleses proyectan construir barcos de fierro». El llamado Estupiñá debía de ser indispensable en todas las tertulias de tiendas, porque cuando no iba a la de Arnaiz, todo se volvía preguntar: «Y Plácido, ¿qué es de él?». Cuando entraba le recibían con exclamaciones de alegría, pues con su sola presencia animaba la conversación.