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Actualizado: 10 de noviembre de 2025


Encabritóse mi caballo, y al avanzar siguiendo el escuadrón, sentí la estrepitosa risa de un soldado que decía: «Aquí no se viene a leer cartasCorrimos fuera de la carretera, y todos mis compañeros proferían exclamaciones de frenética alegría. Vi los cañones inmóviles y delante una espesa cortina de humo, que al disiparse permitía distinguir los restos del batallón de marinos.

Se detuvo el coche ante la casa de madera habitada por Watson, y éste se mostró rodeado de su servidumbre. Corrieron hombres y mujeres, lanzando exclamaciones al ver que bajaba del carruaje el ingeniero Robledo. Muchos se abalanzaron para estrechar su mano confianzudamente, con la camaradería de la vida en el desierto.

Cuando todo el grupo de hombres de la Presa acabó de entrar en la explanada del rancho, Watson no prestó atención á las exclamaciones del español, asombrado de encontrarle allí. Tampoco se fijó en los saludos del comisario. Los dos le olvidaron también para ir en busca de Piola, colocándole sus revólveres en el pecho mientras le preguntaban dónde estaba Celinda.

A estos comentarios en voz baja se unían las exclamaciones laudatorias de algunas viejas, adorando con sus ojos á la victoriosa. «¡Qué simpática!... Una gran señora. ¡Y tan bella!... ¡Que la suerte le acompañeSe movió un hombro negro sobre el cual asomaba su cabeza el príncipe, y éste vió la cara de Spadoni junto á sus ojos.

El duque, rodeado siempre de un grupo de fieles, se dejaba atufar a golpes de incensario, soltando a largos intervalos algún gruñido espiritual que los electrizaba, les hacía prorrumpir en exclamaciones de alegría. Las señoras eran las que más se distinguían por su entusiasmo.

¡Don Melchor!... ¿cómo le va?... Y no pasó por el lado de alguna persona sin provocar exclamaciones análogas a las que invariablemente respondía dando la mano y con frases amables. ¡Qué popularidad tienes aquí! le dijo Lorenzo. ¿Y dónde no?... le interrumpió Baldomero, si donde está D. Melchor está la fiesta... está la risa... ¡Si es como una gran alegría que anda paseando!

La ingenuidad de aquel americano resultaba discordante con las sutiles hipocresías de la sociedad en que vivía, y cuando hablaba, sin cuidarse de las protestas ni de las exclamaciones de las damas, se hubiera dicho que estaba tirando pistoletazos en una pajarera. Era tan rico, que en todas partes se le acogió con entusiasmo. El gran mundo parisiense no está ya cerrado como en otro tiempo.

En el interior de aquella embarcación se notaba un esmero y una limpieza raros, y no se veía nadie a bordo, a excepción de un fraile, grueso y rechoncho, que llevaba un hábito azul y una cuerda ceñida a la cintura; pero el reverendo parecía presa de la mayor inquietud y angustia; armado de un enorme anteojo, lo paseaba incesantemente sobre el espacio que separa Santa María de la isla de León, lanzando a intervalos exclamaciones, lamentos e invocaciones que hubieran enternecido a un corregidor.

Hubo silencio durante un momento, como tributo rendido a sus esperanzas muertas. Nadie se movía de su sitio. Al fin uno dijo en alta voz: Señores, buenas noches y divertirse. Me voy a la cama. Este saludo les sacó de su estupor. Los grupos empezaron a disolverse lentamente, no sin lanzar coléricas exclamaciones. Algunas personas se alejaron caminando dentro de los soportales.

Feliciana era la hija única del Mosco, el famoso cazador de Tetuán, y su compañera una muchacha de Bellasvistas, a la que aquélla recogía todas las mañanas para ir juntas al trabajo. El nombre del Mosco hizo prorrumpir al trapero en exclamaciones de admiración. Aquel era un hombre. Quitaba el sueño a toda la gente del Real Patrimonio.

Palabra del Dia

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