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El marinero tarareando y votando decia: Algo ganarémos con esto. ¿Qual puede ser la razon suficiente de este fenómeno? decia Panglós; y Candido exclamaba: Este es el dia del juicio final.

El rey se quedó hecho un laberinto de confusiones, y creyendo de buena fe que Quevedo le había dicho grandes cosas, que él no había podido entender. Entre tanto Quevedo iba soplándose los dedos por las crujías del alcázar. Bendito mi amor sea exclamaba , que me obligó á pedir al tío Manolillo que me abriese la gatera.

Vamos a pasearle la calle a la novia le decían sus amigos cogiéndole del brazo . Y Borrén giraba tardes enteras delante de una manzana de casas, parafraseando las observaciones de algún amador novel que exclamaba: «Ya alzó el visillo... se asoma... no, es la hermana... ahora ... cómo me mira... ¡hola!, tiene la mantilla puesta...» . Jamás mostró Borrén cansarse de su papel de reflector y perro faldero; y cuenta que las chicas, guiadas por infalible instinto, le trataban como se trata a los inofensivos y a los mandrias; aunque él se derretía, acaramelaba y amerengaba todo, jamás le tomaron en parte alguna por lo serio.

¿Pero cómo? exclamaba ésta. Verás... voy á darte las señas... Es un caballero, no es un aldeano... guapo... rico... le conoces. Demetria permaneció un instante pensativa. ¿D. Antero? preguntó al cabo inocentemente. Flora soltó una carcajada. ¡Pero, niña, no estás sana de la cabeza! Si don Antero tendrá unos treinta años y yo voy á cumplir diez y ocho... ¿Me había de tener á los doce?

¡Huu! malo genti, ¡sigulo no siñola bilalelo! continuaba el chino agitando descontento la cabeza. ¿Cosa? No tiene biligüensa, más que mia chino mia siempele genti. Ah, sigulo no siñola bilalelo; ¡sigalela tiene más biligüensa! Le han cogido á usted, le han cogido á usted, exclamaba Simoun dándole golpecitos en el vientre.

¡Qué militar tan valiente que no puede con una cesta de ropa! exclamaba la niña en el colmo de la alegría. ¡Quisiera yo ver aquí a Prim y a Espartero y hasta al mismo Napoleón! Esta no es una cesta cualquiera... Hay aquí lencería para un regimiento... ¡Quita allá! Si no fuese que me haces reír, yo sola era capaz de llevarla. Después de mucha risa y no poca brega, llegó la cesta a su destino.

¡Esto que es güeno! exclamaba, ensanchando con una sonrisa su faz carillena . En la vía me ha pasao na igual. El rudo jinete parecía conmovido y turbado al mismo tiempo por el carácter femenil del presente. ¡Rositas a él!... Tiró de las riendas de la jaca. Salú a toos, cabayeros. Hasta que nos gorvamos a ve... Salú, güen mozo. Arguna vez te echaré un cigarro si pones una güena vara.

Pilar se cubrió la cara con su pañuelo. ¡Mala lengua! decía Gregoria. ¿Quién había de creer esto de usted? exclamaba con dramático acento Esteven. Esto es una vergüenza decía Pablo. Y entonces, dominando el tumulto, se alzó de nuevo la voz de Casilda, para arrojar a la cara de su cuñado esta palabra: ¡Ladrón! Si a Pilar no se le ocurre desmayarse, se pegan.

Pero ella no lo seguiría jamás al terreno de la controversia, porque no sabía desenvolverse con tanta palabra fina. «Ya me lo decía el corazón» exclamaba, apretando el pañuelo contra sus ojos.

El bulto negro, aquel bulto que parecia un sudario puesto de pié, estaba allí inmoble. ¡Pobre mujer! ¿Qué la sucederá? Esto exclamaba yo interiormente, cuando llegamos á la puerta de la lechería, y ambos entramos sin decirnos palabra, como llevados por un sentimiento comun.