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Actualizado: 9 de mayo de 2025
¡Pobre mujer!... ¡Pobre amiga!... exclamaba la Baronesa. Pero ¿por qué?... ¿Cómo ha podido?... ¿Y no ha escrito nada? ¿No han encontrado algo dejado por ella?... Tiene que haber algo... buscando... ¿Murió en el instante?... Sufría, es cierto; ¡pero no tanto que no pudiera resistir!... Era fuerte, una mujer muy fuerte, a pesar de su cuerpecito tenue y delicado... Los dolores morales...
Lo único que se supo de cierto fué que el P. Camorra tuvo que dejar el pueblo para trasladarse á otro ó estar algun tiempo en el convento de Manila. ¡Pobre P. Camorra! exclamaba Ben Zayb echándoselas de generoso; ¡era tan alegre, tenía tan buen corazon!
Entra si quieres le decía Catalina. Bueno y Martín entraba y hablaba de sus correrías, de las barbaridadas que iba a hacer y exponía las opiniones de Tellagorri, que le parecían artículos de fe. ¡Más te valía ir a la escuela! le decía Catalina. ¡Yo! ¡A la escuela! exclamaba Martín . Yo me iré a América o me iré a la guerra.
Aquí ha estado a buscarle ese bruto decía Isidro al ver entrar al señor Vicente . El Indio converso... su discípulo el remendón. ¡Valiente animal! Crea usted que en el cielo no le agradecen esta conquista. Tendrán que habilitarle un pesebre al lado del caballo de San Martín o la burra de Balaam. Señor de Maltrana exclamaba el «santo» , más caridad... más amor al prójimo.
¡Señor cura! exclamaba yo impaciente ¡hum, hum! no es un argumento muy convincente. Permitidme, permitidme contestaba el buen hombre, perturbado en el saboreo de su comida; creo que la señora de Lavalle va más allá de su idea al emplear esta expresión: agentes del diablo; pero también es cierto, que hay muchos hombres, que no son acreedores de una gran confianza.
Ahora vete, Martín, porque mi madre habrá oído que estamos hablando y, como ha sentido los tiros hace poco, está muy alarmada. Efectivamente, se oyó poco después una voz débil que exclamaba: ¡Catalina! ¡Catalina! ¿Con quién hablas? Catalina tendió la mano a Martín, quien la estrechó en sus brazos. Ella apoyó la cabeza en el hombro de su novio y, viendo que la volvían a llamar subió la escalera.
Coca hizo un gesto como diciendo que no les importaba la casa y la mesa, sino el dueño de casa y amigo... Mientras éste, saboreando el postre, un dulce de fresas, exclamaba sinceramente: ¡En mi vida comí nada más delicado! Es obra de Laura observó Coca, faltando impudentemente a la verdad, porque ella era la autora del dulce.
No había uno que no quisiera ser Prim, incluso el renacuajo de las patas corvas. Pues qué, ¿el Majito no habían mandado ya bastante? Hasta el pavo, con aquella carcajada que parecía un vómito de sonidos, exclamaba: «¡Abaa... jojojo el Majito!».
Dijo que toda la historia del pájaro verde era un sueño ridículo de su hija y de la lavandera, y se lamentó de que, fundada su hija en un sueño, enviase a tantos asesinos contra un Príncipe ilustre, faltando a las leyes de la hospitalidad, al derecho de gentes y a todos los preceptos morales. ¡Ay hija! exclamaba tú has echado un sangriento borrón sobre mi claro nombre, si esto no se remedia.
Hecho lo cual, siempre prudente y previsor, se eclipsaba. Paquito, viéndose estafado, ponía el grito en el cielo. «¿Quién ha sido, rico? ¿Quién te ha llevado el pastelito? exclamaba su niñera. ¿Ha sido el Fidel? Vamos a pegarle con el látigo.» ¡Dónde estaba ya el Fidel! En un buen rato no se le veía por ninguna parte.
Palabra del Dia
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