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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Ahora toca Juanillo, toca con todas tus fuerzas. El ciego comenzó a ejecutar una marcha guerrera. El silencioso hotel se estremeció de pronto, como una caja de música cuando se la da cuerda. Las notas se atropellaban al salir del piano, pero siempre con ritmo belicoso. Santiago exclamaba de vez en cuando: ¡Más fuerte, Juanillo, más fuerte! Y el ciego golpeaba el teclado, cada vez con mayor brío.

«¡Ay! vientecillo exclamaba lánguidamente, ya estoy confusa, ya estoy mareada. ¿De qué vale la ciencia, si al fin, después de tanto investigar más me espanta lo que ignoro que me satisface lo que ¡Ay! compañero mío de desengaños, sólo que no se una condenada palabra de nada. Esto es para volverse una loca. Llévame á un sitio recóndito donde encuentre el consuelo del olvido.

El señor Melchor, que se había quedado fuera del mostrador como una cosa olvidada, oía, estremeciéndose, el sonido excitador del oro que contaba maese Longinos. ¡Me he perdido! exclamaba ; mi hombría de bien me ha puesto en el caso de no poder aguantar á mi mujer lo menos en tres meses; esta aventura me va á costar una enfermedad.

Había muchas señoras que iban a visitarla, sólo por enterarse de su tocado casero. Gonzalo, al verla enfrascada en la lectura de las revistas de salones, al oir describir, como si lo hubiera visto, un baile en Palacio, exclamaba riendo: «¿Sabes cómo se llama en medicina esa manía tuya?... Delirio de grandezas». Ella se enojaba.

Hay errores que merecen ser escusados, y en los que pueden incidir los espíritus mas rectos y juiciosos: tal nos parece el del Fiscal de Chile. Su convencimiento es completo: no solo creia en los Césares, sino que se esforzaba á que todos les creyesen. Con semejantes atestaciones, exclamaba en su entusiasmo, parece que ya no debe dudarse de la existencia de aquellas poblaciones.

Concluida la cantata, le recitó un gentil-hombre una arenga que duró tres quartos de hora, pintándole como un dechado perfecto de quantas prendas le faltaban; y acabada, le lleváron á la mesa al toque de los instrumentos. Duró tres horas la comida; y así que abria la boca para decir algo, exclamaba el gentil-hombre: Su Excelencia tendra razon.

El muchacho avanzaba su cabeza de pequeño moro, como si pretendiese introducirla por el cristal. Fluxas... ¡Pare, fluxas! exclamaba con la sorpresa del que encuentra un amigo inesperado, señalando a su padre unos pistolones Lefaucheux.

Y el cura, que aunque temblaba ante la idea de quemarse la yema del dedo chico, no por eso dejaba de admirar a Mucio Scévola, se exaltaba y afanaba para hacerme apreciar a su héroe. Sostengo lo que he dicho replicaba yo tranquilamente; no era más que un imbécil y un gran imbécil. El cura exclamaba sofocado: Muchas tonteras oyen los mortales, cuando los niños pretenden raciocinar.

En cada una de estas inevitables interrupciones, en voz baja como si temiera ser oída, con las palabras entrecortadas por los sollozos, exclamaba doña Luz: Era cierto. Era cierto. ¡Me amaba, Dios mío! ¡Cuánto, cuánto me amaba!

Vamos, no es posible explicar cómo eran. Chemed tenía cerca de treinta y cinco años. Mutileder no había conocido a su madre. No sabía lo que era la amistad y el cariño de la mujer. ¡Pobrecito mío! exclamaba Chemed. ¡Pícaro Adherbal! No paga con la vida el mal que te ha hecho. Haces bien en querer vengarte y salvar a Echeloría de las garras de ese monstruo.

Palabra del Dia

bagani

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