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Actualizado: 9 de mayo de 2025
¡Mutilado! exclamaba, llorando; ¡mutilado para siempre! ¡No hay remedio para mí! ¡Si existiese alguna droga, algún tópico misterioso cuya virtud devolviera la nariz a los que la han perdido, lo compraría a peso de oro! ¡Lo enviaría a buscar al fin del mundo!
Enfrente de la casa piafaba y pateaba un caballo, mientras una voz robusta de hombre intentaba calmar sus impaciencias con interjecciones acariciadoras: «¡So... So... Quieto, Brunete!...». Luego esta misma voz exclamaba: «Vamos, papá, date prisa, vamos a llegar tarde...»
Sentose la joven, y la pluma remontándose de nuevo por los aires, empezó a dar vueltas en torno suyo, admirando de cerca y, de lejos, ya la blancura del cutis, ya la expresión y brillo de los ojos, ya los cabellos negros, ya sus labios encendidos, todas y cada una de las perfecciones de tan ejemplar criatura. «Aquí me he de estar toda la vida exclamaba la viajera en su enrevesado idioma.
¡Que no hay otro remedio! exclamaba Tremontorio, haciendo crujir los puños. ¡Eso lo veremos, tiña! ¿Quién lo ha mandao? El gubierno de arriba. ¿Quiénes son esos gubiernos pa meterse en la hacienda de los mareantes? ¿Qué saben ellos de cosas de la mar? El que manda, manda, tío Tremontorio. ¡No en mi casa, tiña! Pues la ley es ley ahora y siempre.
No me vuelvas a decir palabra, porque no te contesto. ¡Eso! Grita ahora, fachendosa, después que te hice ver a Dios roncaba Manín con sorna, mirándola de reojo y sobándose la barba. ¡Si no te quitas de mi vista, baldragote!... exclamaba la diminuta criada, pasándole a su despecho relámpagos de risa por los ojos.
El rebaño de la pobreza no podía gozar de este placer de los ricos; pero lo envidiaba, soñando con la embriaguez como la mayor de las felicidades. En sus momentos de cólera, de protesta, bastaba poner el vino al alcance de sus manos para que todos sonriesen viendo dorada y luminosa su miseria al través del vaso lleno de oro líquido. ¡El vino! exclamaba Salvatierra.
Entonces Yégof, levantando el dedo hacia el cielo, exclamaba: ¡Oh mujeres! ¡Oh mujeres!... ¡Acordaos!... ¡Acordaos!... La hora se acerca... El espíritu de las tinieblas huye... ¡La antigua raza..., los señores de vuestros señores avanzan como las olas del mar!
Ya afirmaba la culpabilidad de la mona del Padre Eterno, ya la negaba. «Daría yo cualquier cosa exclamaba invocando al Cielo , por saber esa verdad que ahora no saben más que Dios y ella, pues el tercero que la sabía se ha muerto. Lo sabrá también el confesor de Jacinta, si es que lo ha confesado. Pero nadie más, nadie más. Pues no sé qué daría yo por salir de la duda.
Buenos soldados, pero incapaces de realizar los milagros que todos les atribuían. ¡Ese Tchernoff! exclamaba Argensola . Como odia al zar, encuentra malo todo lo de su país. Es un revolucionario fanático... y yo soy enemigo de todos los fanatismos.
¡Déjenme ustedes! exclamaba Tristán . ¿No ven ustedes que me ha abofeteado? Nanín guardaba silencio. Al fin volvió de nuevo la espalda y con tranquilo paso se dirigió a la escalera para subir al palco. Tristán, sujeto por las manos de los dependientes, le gritó: ¡Pronto tendrá usted noticias mías! El marquesito siguió caminando con desdeñosa indiferencia. Tristán corrió al café.
Palabra del Dia
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