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Actualizado: 9 de junio de 2025


Dices, Juan, que las minas serán nuestra felicidad. ¡Eso! ¡eso digo! exclamaba el paisano con furor. Pues yo te digo que acaso, acaso serán nuestra desgracia. ¡Martinán, eres un burro! gritó otro paisano que allá en un rincón libaba silenciosamente el jugo de la manzana. Te digo que acaso sean nuestra desgracia y voy á probártelo expresó Martinán con calma sin hacer caso de la interrupción.

¡Qué calor! exclamaba de vez en cuando, y apoyaba las manos en sus mejillas encendidas. Gonzalo asentía con estúpida sonrisa a cuanto decían, y estiraba a menudo sus desmesuradas piernas que, por la escasa altura de la silla, se le dormían. Y cuando se concluyó con la ropa blanca, comenzaron con la de color.

¿Para cuándo son las pulmonías y los cólicos cerrados? exclamaba, al leerlo, don Simón en su despacho, y sin pararse ya en barbaridad más o menos. ¿Reflexionaba así el Ministerio? Tal vez; pero no se le traslucía.

Esos tíos de Vigo exclamaba dicen que su ciudad es mejor que la nuestra y que debiera convertírsela en capital de la provincia. ¿Ha oído usted alguna vez una locura semejante? ¿Se le hubiese ocurrido a usted nunca comparar a Vigo con Pontevedra? Yo no replicó el inglés . Yo nunca estuve en Vigo; pero he oído decir que la bahía de Vigo es la mejor del mundo. ¡La bahía! refunfuñaba el Sr.

Y cuando don Juan la replicaba: ¿Y si la suerte nos hubiese separado? No os hubiera olvidado nunca; nunca hubiera dejado de sufrir al recordaros. Y don Juan asía la hermosa cabeza de su mujer entre sus dos manos, la besaba y exclamaba entre aquel beso: ¡Oh, bendita seas! No podía ser más feliz don Juan. Y esta felicidad le había hecho grave.

¿Verdad? exclamaba conmovida la pobre vieja. Y dirigiéndose a su marido, agregaba: ¡Es tan buen muchacho!... ¡Oh, , es un buen muchacho! repetía el otro lleno de entusiasmo. Y mientras que yo hablaba había entre ellos movimientos de cabeza, sonrisitas maliciosas, guiños de ojos, aires de valor entendido. O bien, el viejo que se aproximaba a diciéndome: Hable usted más fuerte.

¡Con cuánto fervor exclamaba el pobre padre: «Señor, liberta mi vida, porque es muy largo mi destierro. ¡Yo aguardo, Señor, esa liberación; mi alma te desea de igual modo que la tierra abrasada por la sequía desea la lluvia; del mismo modo que el ciervo sediento busca con ansia el agua de los torrentes, así mi corazón te echa de menos, Señor

¿Y todo para qué? exclamaba con gesto de pitonisa descreída ¡No puedes con la comida de casa, y querías ir de fonda! Lo que más hirió la delicadeza de su amor fue que un día, aludiendo a Mariquita, dijese: ¡Si fuera una persona decente! ¡Pero una sacadineros y desbaratacamas!

Después del bautismo de la criatura, iba el tío Gorico de casa en casa, refiriendo el júbilo de su yerno, quien ya se volvía hacia la cama donde estaba Nicolasa, ya hacia la cuna donde estaba el niño, y ya se paraba á igual distancia de la cama y de la cuna, y exclamaba, levantando las manos al cielo: ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué he hecho yo para ser tan dichoso?

Pero ese don Eleazar es famoso exclamaba Montifiori, admirando los espléndidos aderezos del viejo judío... ¡Es un artista homme de monde! ¡Qué diferencia de ese imposible y tacaño ministro, que manda esos mamarrachos de lata a mi hija! La curiosidad no dejaba quietas a las mujeres aquella noche.

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