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Actualizado: 21 de junio de 2025
La luz ya podía espaciarse libremente sobre su llanura húmeda corriendo leguas y leguas en un segundo, lanzando sus llamaradas a los últimos confines del horizonte o recogiéndolas de pronto en haz resplandeciente; ya podía jugar sobre las crestas espumosas de sus olas o besar tímidamente el espejo diáfano de las aguas o salpicarlo con menudo polvo de plata o dejarse caer desmayada con lánguido y voluptuoso estremecimiento que se perdía entre los pliegues de las olas.
Estremecíase con el contacto fresco y suave de sus brazos, con el perfume de hermosura sana, que parecía surgir en chorro voluptuoso del escote de su pecho. El soplo de sus labios le erizaba la epidermis del cuello, esparciendo un estremecimiento por todo su cuerpo... Cuando, abrumado por el cansancio, volvió a Mariquita a su asiento, la muchacha quedó tambaleando, pálida, con los ojos cerrados.
Doña Clorinda dejó caer otra inmediatamente, con acompañamiento de una puñalada de sus ojos, y se alejó, altiva y desdeñosa, mientras Valeria miraba al techo con desesperación. Volvió á huir Miguel. Le daba miedo la cara de Alicia, la agresividad nerviosa de su voz, que no había oído, pero que se dejaba adivinar en el estremecimiento de sus labios.
Al cabo de otra media hora, Novillo reincidió en reposar sobre el diván su vientre, agitado ahora por apasionado estremecimiento: era que sus ojos se habían cruzado al acaso con los de Felicita, y ella le había enviado una sonrisa arrobada y etérea.
Un estremecimiento delicioso agitó sus venas, como si por ellas corriesen luz y fuego en vez de sangre. Estuvo a punto de echarse a los pies de Juanita y besárselos, pero aún se reportó y dijo: Quiero creer, creo en tu sinceridad de este momento. Mi modestia, con todo, me induce a temer que tal vez te alucinas, que tal vez tú misma te engañas, que tal vez te arrepientas del paso que das ahora.
Cuando aquellos hermosos ojos azules se volvían hacia ella dulces y resignados, cuando aquellos labios rojos se plegaban demandando perdón, la valenciana sentía correr por su cuerpo marchito un estremecimiento de voluptuosidad, algo que le recordaba los goces que su amor adúltero le había hecho experimentar.
Tristán que se había parado un instante a escuchar, sintió un estremecimiento de ira. Y rechinando los dientes murmuró: ¡Imbéciles! Se alejó de aquel interesante grupo dispuesto a salir a la calle aunque tuviese que pasar por delante de Rojas. Felizmente éste ya no estaba allí.
Sin embargo, sintió un fuerte estremecimiento al escuchar muy cerca de su oído estas palabras: ¡Qué hermosa te has puesto, Fernanda! Se hallaba tan distraída que no advirtió que el conde se había sentado a su lado. Involuntariamente se llevó la mano al sitio del corazón. Repuesta inmediatamente, sonrió diciendo: ¿Te parece? Sí... Y yo qué viejo, ¿verdad?
Un ligero estremecimiento hacía palpitar sus labios; los ojos, prometiendo amor, imploraban piedad, y el rostro iba tomando la palidez marmórea de la estatua que vio don Juan en sueños; pero ésta no era piedra esculpida, sino hermosa carne modelada por Dios y vivificada con el soplo de su espíritu para delicia del hombre. Don Juan no pudo aguantar más.
Cuando llegué al lado de Marta, que estaba sentada en un rincón, con los ojos fijos en las velas que comenzaban a apagarse, sentí que un doloroso estremecimiento me atravesó el pecho, como si le hubiera hecho un agravio que debiera reparar; pero ignoraba cuál podía ser ese agravio. Ella me dijo al besarme en la frente; ¡Que Dios te conserve tu valiente corazón, Olguita!
Palabra del Dia
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