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Actualizado: 21 de junio de 2025
Todos los años adquiría nuevas propiedades; sentía el estremecimiento del orgullo contemplando desde la montaña de San Salvador aquella ermita ¡ay! de tenaz recuerdo los grandes pedazos de tierra aquí y allá, cercados de verdes tapias, sobre los cuales extendíanse los naranjos en correctas filas. Todo era suyo; la dulzura de la posesión, la borrachera de la propiedad subíansele a la cabeza.
Un estremecimiento poderoso sacudió su cuerpo. En un instante juntó los instrumentos que le hacían falta; trajo esponjas, agua, paños. Después de echar una profunda mirada investigadora al microscopio y cerciorarse de que estaba limpio y preparado, sujetó al niño a la mesa con una larga cuerda. Se detuvo unos momentos. Luego, con rápido ademán, tomó la mordaza y fue a ponérsela...
En fin, que en cuanto llevase los quince días justos de aguas iba a Andújar a tomar el expreso de Madrid para llegar más pronto. Tuve la suerte de que él se fuese primero, y así lo hice a mi salvo. Cuando el tren arrancó y me vi caminando a gran velocidad hacia el Mediodía, experimenté viva y dulce agitación; sacudió mi cuerpo un estremecimiento deleitoso.
Al mismo tiempo sus ojos se clavaron en Ricardo con tal expresión de miedo, de ternura, de súplica, de congoja, que éste sintió un fuerte estremecimiento, semejante al que produce una descarga eléctrica. ¡Era la misma mirada! ¡La misma que acababa de ver en sueños! Sintiose inundado por una gran claridad, por una luz divina. En aquel instante supremo todo lo vio, todo lo comprendió.
Y la cogía una mano, oprimiéndola con pasión; hundía sus dedos en la manga, acariciando el brazo por debajo del guante. ¿Lo ves? decía ella sonriendo con frialdad. Es inútil; ni el más leve estremecimiento. Para mí eres un muerto. Mi carne no despierta a tu contacto; se encoge como al sentir un roce molesto. Rafael lo reconocía así.
Entonces comenzó la historia del poderoso Sánchez Morueta, aquella transformación de cuento mágico, atropellándose los negocios fabulosos, las caricias de la buena suerte, como si les faltase tiempo para enriquecer á aquel hombrón que veía llegar los millones sin el más leve estremecimiento en su rostro impasible. Se apoderó rápidamente de la montaña.
Su lectura, que comencé de un modo maquinal, impresionó al cabo de algunos minutos mi imaginación, inclinándola, no precisamente a las ideas religiosas, sino a cierta suerte de anhelo inefable y humildad voluptuosa que el misticismo produce siempre en los temperamentos nerviosos y líricos. Acordeme de la graciosa hermana, y nunca su imagen produjo en mí un estremecimiento más dulce y feliz.
Lleváronse a la niña; la marquesa y el jesuita se arrodillaron y comenzaron a rezar la recomendación del alma; a las once menos cuarto, sin ningún estremecimiento, sin verdadera agonía, sin soltar de las manos el crucifijo, abrió un poco la boca y expiró.
Abrió el paraguas, mas a los pocos pasos, el viento que soplaba huracanado en el Campo de los Desmayos se lo volvió. En la imposibilidad de cerrarlo y sintiéndose empujado violentamente por el huracán, el joven excusador se refugió en el negro, enorme portal de Montesinos. Nunca pasaba por delante de él sin sentir cierto estremecimiento de temor y curiosidad.
El tránsito en las calles, el movimiento general de la ciudad, era lo mismo que en los otros días, pero á Julio le pareció que los vehículos iban más aprisa, que había en el aire un estremecimiento de fiebre, que las gentes hablaban y sonreían de un modo distinto. Todos parecían conocerse. A él mismo le miraban la mujeres del jardín como si le hubiesen visto en los días anteriores.
Palabra del Dia
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