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Actualizado: 29 de mayo de 2025


«¿Ven ustedes? decían las miradas triunfantes de la Fandiño. Todas somos iguales». Y sus labios decían: ¡Pobre Ana! ¡Perdida sin remedio! ¿Con qué cara se ha de presentar en público? ¡Como era tan romántica! Hasta una cosa... como esa, tuvo que salirle a ella así... a cañonazos, para que se enterase todo el mundo. ¿Se acuerdan ustedes del paseo de Viernes Santo? preguntaba el barón.

Tuve que imponerme para que no acabara con el desdichado perceptor, que aun vapuleado de aquel modo, tenía la prudencia de no gritar, porque no se enterase la vecindad del escándalo, y con voz sofocada decía llorando: ¡Que me mata este caribe! ¡Favor, señor D. Gabriel, favor!

Entregó a Petra el papel embustero y la dio orden de llevarlo a su destino inmediatamente, y sin que el señor se enterase. Don Víctor ya había manifestado varias veces su no conformidad, como él decía, con aquella frecuencia del sacramento de la confesión; como temía que se le tuviese por poco enérgico, y era muy poco enérgico en su casa en efecto, alborotaba mucho cuando se enfadaba.

Lo lógico, para él, es que se vean media hora, tres cuartos de hora o una hora después. Pero fíjese usted bien le digo . Una cita es una cosa que tiene que estar tan limitada en el tiempo como en el espacio. ¿Qué diría usted si habiéndose citado conmigo en Puerta del Sol, se enterase de que yo había acudido a la cita en los Cuatro Caminos?

A las diez despertó Emma, se acordó de todo, sonrió como una gata lo haría si pudiera, y dio a su marido un puntapié en la espinilla, diciendo: Bonis, levántate, que va a venir Eufemia. Eufemia era la doncella que debía traerla el chocolate a Emma a las diez y cuarto en punto. No quería que la chica se enterase de que el matrimonio había dormido de aquella manera.

Juanito sonreía, acariciándose el bigote. Era su gesto favorito, y levantaba con satisfacción la manga, adornada con galones de sargento. No era un cadete cualquiera: era un «galonista», y esto, aunque fuese poca cosa para el que sueña con el generalato, siempre resultaba un paso adelante... No, no iba a los toros; era un aficionado de verdad, pero se sacrificaba por hablar toda una tarde con la novia a la puerta de su casa, en el silencio de las Claverías. La abuela había bajado al jardín, y el Azul de la Virgen no tardaría en salir, dejándole el campo libre, como si no se enterase de nada. ¡La gran tarde, amigo Gabriel!

Lo mismo funcionaba en la cocina que en el escritorio, y acabadita de poner la enorme sartén de migas para la cena o el calderón de patatas, pasaba a la tienda a que su marido la enterase de las facturas que acababa de recibir o de los avisos de letras. Cuidaba principalmente de que sus niñas no estuviesen ociosas.

El qué dirán, el temor de que la gente se enterase, era también rémora de su deseo. Por último, la Condesa, a poco de muerto su esposo, cayó en cama con una grave enfermedad, y apenas tuvo tiempo para tomar sus disposiciones y cumplir lo prometido. Después vivió algunas semanas, pero trastornada, sin pleno conocimiento ni memoria de las cosas y de las personas. Luego murió.

El telegrama llegó a su hora, con el correspondiente «Sin novedad». Fue obra piadosa de don José el apoderado, el cual, visitando a Carmen todos los días y apelando a hábiles escamoteos para evitar la lectura de diarios, retardó durante una semana que se enterase de la desgracia.

Emilia, sintiendo tan cerca aquellos pasos de hombre impaciente, se turbó contrariada y confusa; pero de pronto se rehizo, mató de un soplo la luz, preparó sumas hechicera sonrisa y atrayendo hacia la puerta para que él no se enterase de lo que causaba su vergüenza, salió al encuentro de Julián, diciendo entre dientes y rapidísimamente a la doncella: ¡No tengo tiempo de elegir! ¡Guárdalas a escape... y di que me quedo con las siete!

Palabra del Dia

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