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Actualizado: 8 de julio de 2025
El senador, que había escrito versos en su juventud y hacía poesía oratoria cuando inauguraba alguna estatua en su distrito, vió en estos solitarios de la montaña, ennegrecidos por el sol y el humo, despechugados y arremangados, una especie de sacerdotes puestos al servicio de la divinidad fatal, que recibía de sus manos la ofrenda de las enormes cápsulas explosivas, vomitándolas en forma de trueno.
¡Hurra! ¡Muerte a los ingleses! gritaron los diez y nueve piratas que quedaban en estado de combatir, ennegrecidos por la pólvora y por el humo, y desnudos hasta la cintura para maniobrar con más facilidad. Y una especie de alegría feroz y delirante los exaltó.
Al murmurar acariciábase el bigote con el cabo del estilógrafo, mientras sus ojos recorrían las páginas emborronadas para restablecer la ilación de sus ideas. Olvidóse instantáneamente del lugar dónde estaba; pasó de golpe a un mundo distinto, un mundo sólo de él, que parecía latir en los pliegos ennegrecidos por su escritura.
Yendo al otro dia de pasco se encontró con un pordiosero, cubierto de lepra, los ojos casi ciegos, carcomida la punta de la nariz, la boca tuerta, ennegrecídos los dientes, y el habla gangosa, atormentado de una violenta tos, y que á cada esfuerzo escupia una muela. De qué modo encontró Candido á su maestro de filosofía, el doctor Panglós, y de lo que le aconteció.
Catalina, Luisa, el doctor Lorquin, todo el mundo se apresuró a salir de la casa, gritando, felicitándose mutuamente, para ver las huellas de las balas y los taludes ennegrecidos por la pólvora; por otra parte, José Larnette, con la cabeza maltrecha, se hallaba tendido en un hoyo; Baumgarten, con un brazo colgando, se dirigió a la ambulancia muy pálido, y Daniel Spitz, a pesar del balazo recibido, quería seguir luchando; pero el doctor no hizo caso de aquellos deseos y le obligó a marchar a casa.
Mientras en la Europa bárbara de los francos, los anglonormandos y los germanos el pueblo vivía en chozas y los reyes y barones anidaban en castillos de rocas ennegrecidos por las hogueras, comidos por parásitos, vestidos de estameña y alimentados como los hombres prehistóricos, los árabes españoles levantaban sus fantásticos alcázares, y, como los refinados de la antigua Roma, reuníanse en los baños para conversar sobre cuestiones científicas o literarias.
Por aquí dijo el oficial, al que se habían agregado cuatro soldados para llevar á hombros varios sacos y paquetes traídos por Desnoyers en el techo del automóvil. Avanzaron en fila á lo largo de un muro de ladrillos ennegrecidos, siguiendo un camino descendente.
Todo esto es tuyo, hija mía digo, buscando su mano. Ella no me escucha; parece enteramente absorta en la belleza del espectáculo. Y en cuando llegamos al patio de entrada, una batahola ensordecedora se alza a nuestro alrededor; gritos, detonaciones, tambores y trompetas. A derecha, a izquierda, antorchas, hachones; y vemos rostros ennegrecidos por el humo, con ojos brillantes y bocas abiertas.
Pareciéronle, y con razón, estrechas, torcidas y mal empedradas las calles, fangoso el piso, húmedas las paredes, viejos y ennegrecidos los edificios, pequeño el circuito de la ciudad, postrado su comercio y solitarios casi siempre sus sitios públicos; y en cuanto a lo que en un pueblo antiguo puede enamorar a un espíritu culto, los grandes recuerdos, la eterna vida del arte conservada en monumentos y ruinas, de eso entendía don Pedro lo mismo que de griego o latín. ¡Piedras mohosas!
Era como un volcan extinguido, imponiendo miedo por la sola majestad de sus grandiosos escombros ennegrecidos por el tiempo. Al lado de la catedral, el espléndido palacio de piedra y mármol llamado la Lonja ó Bolsa, que fué la famosa «Casa de Contratacion» para el comercio de las Indias.
Palabra del Dia
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