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Actualizado: 22 de junio de 2025


Pensó, después de esto, si su felicidad consistiría en casarse con un boxeador campeón del mundo; pero le bastó presenciar un encuentro entre dos hombres medio desnudos, que parecían dos fardos de músculos barnizados de sudor, para renunciar á tal idea. ¡Ay, el hombre célebre! ¿Dónde encontrarlo?... ¿En qué debía consistir su celebridad?...

En lo más obscuro de la noche, en medio de los bosques o en las llanuras sin límites, perdidos sus compañeros, extraviados, da una vuelta en círculo de ellos, observa los árboles; si no los hay, se desmonta, se inclina a tierra, examina algunos matorrales y se orienta de la altura en que se halla, monta en seguida, y les dice para asegurarlos: «Estamos en dereseras de tal lugar, a tantas leguas de las habitaciones; el camino ha de ir al sur», y se dirige hacia el rumbo que señala, tranquilo, sin prisa de encontrarlo, y sin responder a las objeciones que el temor o la fascinación sugiere a los otros.

Así anduvo nuestro buen hombre por los años de 1720 y 24 y era muy frecuente encontrarlo por la mañana y tarde, ya en el monte del Baratillo, bien junto á una puerta, ó bien en medio de una plazuela rodeado de muchachos á los cuales daba enseñanza, y tan de la confianza de algunos fué haciéndose Toribio con paciencia y dulzura, que las horas en que tenía costumbre de dar su lección, poníase en el extremo de una calle ó plazoleta y allí sacaba de debajo de su capa raída y sucia una campanilla que agitaba con fuerza, y á su toque se veían de distintas partes acudir á los niños, que más de una vez dejaban instintivamente el juego para rodear al pobre montañés y escuchar sus toscas palabras.

¡Cuánto gallo viejo sin púas, forcejeando contra el tiempo en vano, con las armas débiles de los untos! ¡Cuánto ser insípido, abriendo la boca satisfecha y marchitando con su trato insoportable a tanta mujer linda y atolondrada que busca su ideal sin encontrarlo! ¡Cuánta mamá achatada por la gente que pasa, sirviendo de mojón en los sofás de lampás crema!

Nos echamos a reír y ella me dijo cariñosamente: En fin, usted me ama, y esto es lo importante... , la amo a usted, porque la creo sincera y leal... Una sola cosa podría separarme de usted; la falsedad y la mentira... Y eso no lo espero... Creo en usted como en... Buscaba un punto de comparación, pero ella no me dio tiempo para encontrarlo. Gracias dijo levantándose y estrechándome la mano.

En los claros ojos de Currita brilló un relámpago de ira, y a poco más pierde su mansedumbre. Y aunque se llamara Policarpo exclamó . ¿Es razón esa para no hacer lo que te digo?... Pues nada, hija, se me olvidó. ¿Qué hemos de hacerle? ¡Ir ahora mismo! ¿Te enteras?... Y convidarlo a almorzar... Mira que a mi vuelta he de encontrarlo aquí contigo.

Se determinó internarnos por este camino: lo primero, por reconocer los valles que entre medio del Rio Grande se ofrecen, con abundantes pastos y aguas que en ellos se encuentran, y ser aquí la precisa residencia del cacique Ancan y sus aliados; y por practicar la diligencia con eficacia, para poderles invadir en caso de encontrarlo, y por descubrir dichos valles que entre estas serranias se hallan: como de facto se han verificado, segun y en los mismos términos que se me tenia informado por el práctico, ó lenguaraz, Joaquin Antonio Guajardo.

Calderón finge que Heraclio, hijo de Mauricio, escapó efectivamente de la matanza de toda su familia, y que el usurpador Focas no se creía seguro hasta encontrarlo también y matarlo. El tirano encuentra, al fin, dos mancebos, criados en un desierto por un viejo servidor de Mauricio, siendo uno de ellos hijo de su predecesor asesinado, y suyo el otro, robado en sus primeros años.

Y debatiéndose entre los hombres que la sujetaban para que no acometiese a Rafael, hundía las manos en sus harapos buscando el dinero, con una falsa precipitación, con el firme propósito de no encontrarlo. Mas no por esto era menos dramática su actitud. ¡Tómalo, perro roío!... ¡Ahí va, y así cada peseta se te güerva un mengue que te muerda el corazón!

A pesar de su prodigioso vigor, del arte con que tritura los huesos, no es el favorito de los reyes, que no deben de encontrarlo bastante elegante para figurar en sus blasones: en cambio, muchos pueblos le quieren por sus cualidades y hasta el cazador que le persigue siente por él, aun sin querer, cierta simpatía.

Palabra del Dia

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