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Actualizado: 12 de junio de 2025


Pasó sin reparar, aparentemente al menos, en las dos mujeres. Dirigió, sin embargo, una mirada de soslayo a la señorita, y se encogió de hombros con una expresión medio irónica, medio compasiva, viéndola sentada en el banco con la cabeza gacha, como una verdadera loca.

La luz amarillenta del gas brillaba de trecho en trecho, cerca de las ramas polvorientas de las raquíticas acacias que adornaban el boulevard, nombre popular de la calle por donde entraban en el pueblo. ¿Cómo me has traído por aquí? ¿Qué importa? Petra se encogió de hombros.

Se encogió de hombros, sonrió con malicia, y al cabo dijo: ...¡Un señor! ¡Un bendito señor, como dice la tía Tula! ¿Cómo se llama? Don Oscar. Nombre romántico. Pues ¿sabe usted? él no tiene nada de romántico ni de poético repuso, cambiando una mirada y una sonrisa significativas con su padre.

Paco era de mediana estatura y cogido del brazo de su amigo parecía bajo, porque Mesía era más alto que el buen mozo de Pernueces. ¿A dónde vamos? preguntó Vegallana, queriendo provocar así la confidencia que esperaba. Don Álvaro se encogió de hombros. Puede ser que esté ella en mi casa. ¿Quién? Anita. ¡Bah! Don Álvaro sonrió, mirando con cariño paternal a Paco.

¿Los ojos de un joven suicida que fumó heroicamente su pipa, expresan acaso desesperado valor? Es posible. De todos modos, el padrastrillo, después de mirarme fijamente, se encogió de hombros, levantando hasta mi cuello la sábana un poco caída. Me parece que mejor haría en ser amigo de este microbio murmuró. Creo lo mismo le respondí. Y me dormí.

En la mano de Lucía se encogió de pronto el cabello de Sol con que jugaba. ¡Ay! me haces daño. ¿Quieres que vayamos a ver cómo está Ana?

Francisco Montiño leyó tres veces la carta cada vez más reflexivo, se encogió al fin de hombros, y dijo, guardando cuidadosamente la carta: ¿Qué habrá aquí encerrado?

¡Es... es... el... el... el guardacostas! balbuceó el fraile con una pena extrema. Y se oían rechinar sus dientes. Y miraba, con los brazos cruzados sobre su pecho jadeante. El gitano se encogió de hombros, fue a sentarse sobre un empalletado y se volvió hacia Santa María repitiendo: ¡Qué hermosa estaba!

La... mujer ésa, bien comprendo que rabia por largarse; mas Primitivo es abonado para matarla antes que tal suceda. No, si también empezaba yo a maliciarme eso.... Mire usted que empezaba a maliciármelo. El señorito se encogió de hombros con desdén, y exclamó: A buena hora.... Deje usted ya de mi cuenta este asunto.... Y por lo demás..., ¿qué tal, qué tal?

En efecto, las estiró al lado de las del joven para que pudiesen comparar aquellos señores. Joaquín contestó: De nadie. Y encogió los hombros. No lo creo. Estos madrileñitos siempre tienen algo que decir de los infelices provincianos. Así es la verdad dijo el ex-alcalde . Su amigo de usted el Provisor, era hoy la víctima. Ronzal se puso serio. ¡Hola! dijo ¿también espifor?

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