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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Este actor canta, ladra, ahulla, corre, brinca, salta, se estira, se encoge, se pone de cuclillas, de cuatro piés.... En fin, el hombre que al juzgar de las cosas se deje llevar de las primeras impresiones, no debe venir á los cafés cantantes, sino despues de haber estudiado todas las relaciones de esta sociedad originalísima. Si los ve antes, juzgará mal.
Por el cambio de lugar del carbono, del azufre y del fósforo, conviértese la cal en marga, dolomita y en espejuelo cristalino; á consecuencia de esas combinaciones la roca se hincha ó se encoge, y lentas revoluciones se verifican en el seno de la montaña.
Y la cogía una mano, oprimiéndola con pasión; hundía sus dedos en la manga, acariciando el brazo por debajo del guante. ¿Lo ves? decía ella sonriendo con frialdad. Es inútil; ni el más leve estremecimiento. Para mí eres un muerto. Mi carne no despierta a tu contacto; se encoge como al sentir un roce molesto. Rafael lo reconocía así.
Usted que lo sabe todo, Maltranita, díganos qué ocurre en el buque». Y me tienen de pie ante ellas, para que no se borren del todo las distancias sociales, hasta que de pronto las hago reír o las cuento algo que las interesa vivamente, y entonces alguna, con repentina solicitud, me dice: «Pero siéntese usted, siéntese aquí y no sea zonzo». Y encoge las piernas para que me siente en el extremo de la silla larga, como un paje a los pies de la dama... La viuda de Moruzaga, que tiene millones y millones, gusta de hablarme a solas para que me entere de los encantos y virtudes de su esposo. ¡Pobre señora! ¡Una verdadera enamorada!
Difícil es decirlo... Ocupa un puesto de confianza. ¡Ah! tiene un gran corazón... un gran corazón... ¿Ese gran corazón roba todavía un poco de harina de los sacos? pregunta Juan riéndose. Martín se encoge de hombros con disgusto y murmura algo como: «Veintiocho años de servicios» y «hay que cerrar los ojos.»
Puñaladas a la mujer traidora, ofensas a la madre lavadas con sangre, lamentos contra el juez que envía a presidio a los caballeros de calañés y faja, adioses del reo que ve en la capilla la luz del último amanecer; toda una poesía patibularia y mortal, que encoge el corazón y roba la alegría.
Tiene los ojos llenos de lágrimas, y en la boca unos pliegues tentadores, y dentro de la remonísima garganta suenan unos ruidos, unos ayes, unas quejas subterráneas; parece que allá dentro se lamenta el amor siempre callado y en prisiones ¡qué sé yo! ¡Suspira de un modo, da unos abrazos a las almohadas! ¡Y se encoge con una pereza!
Ella se encoge de hombros: ¿Con quién? ¡Sí nadie en el mundo se interesa por mí!... ¡ni un cuidador de vacas siquiera!... Pero tengo que irme a la fuerza. Aquí una acaba por perder toda esperanza, por morirse... Y, como nadie viene, huiré sola.
Por esto, en la plebeya y estúpida sociedad del aquelarre, donde Fausto por un momento se encanalla, Mefistófeles se pavonea y triunfa; pero, en la segunda parte, cuando, por el esfuerzo de la voluntad y por los milagros del saber y de la inteligencia de Fausto, aparecen los genios antiguos, que imaginó Grecia, todos aquellos poderes personificados de la naturaleza creadora e inteligente, Mefistófeles se encoge, se humilla y casi se acobarda; Mefistófeles tiene que esconderse y disfrazarse bajo la fea apariencia de una de la Forquiadas.
No levante usted tanto los brazos; no abra usted tanto los ojos... Baje usted la voz... ¿Pero por qué se encoge usted de hombros? ¿No comprende usted que ese ademán rara vez puede ser elegante?... ¡Oh!
Palabra del Dia
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