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Actualizado: 27 de julio de 2025


Sólo Sancho, en viendo al valiente animal, desamparó al rucio y dio a correr cuanto pudo, y, procurando subirse sobre una alta encina, no fue posible; antes, estando ya a la mitad dél, asido de una rama, pugnando subir a la cima, fue tan corto de ventura y tan desgraciado, que se desgajó la rama, y, al venir al suelo, se quedó en el aire, asido de un gancho de la encina, sin poder llegar al suelo.

Sobre el peñasco del frente descollaba el fuerte de San Cristóbal, coronado por las copas de higueras silvestres, como lo está un viejo druida por hojas de encina. A pocos pasos de allí descubrió Stein un objeto que le sorprendió mucho. Era una especie de jardín subterráneo, de los que llaman en Andalucía navazos.

CHIRINOS. Honrados días viva vuesa merced que así nos honra; en fin, la encina da bellotas, el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa. BENITO. Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto. CAPACHO. Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.

A ambos lados de la ladera de enfrente, el resplandor de los disparos pasaba como la luz del relámpago, iluminando ya una vieja encina, ya el negro perfil de una peña, ya un pequeño matorral, y los grupos de hombres que iban y venían como en medio de un incendio. Se oía a dos mil pies más abajo, en las profundidades del desfiladero, sordos rumores, galope de caballos, clamores y voces de mando.

Creo aún ver aquel magnífico comedor, de anchas losas, paramentos de encina, la sopa de peces humeante en medio, la puerta completamente abierta al blanco terrado, y los resplandores del Poniente que lo inundaban de luz... Allí me aguardaban siempre, para sentarse a la mesa, los torreros.

Velázquez nunca ha tenido celos de ti se apresuró á decir la joven con increíble aturdimiento. Uceda, en la oscuridad, se puso encarnado hasta las orejas. Es decir, no tiene celos de ti, como no los tiene de nadie... Porque él es así... ¿sabes? añadió después de hacerse cargo de su indiscreción. ¡Es natural!... Está muy por encina de todos los demás manifestó el joven con acento sarcástico.

Naturalmente se hubo de sentir en España la falta de dramas más perfectos que las improvisadas farsas populares, desde que las primeras producciones de Encina despertaron la afición á ellas, y tanto más, cuanto que, por lo que sabemos, ningún autor español pudo satisfacerla, y las compañías cómicas, como indicamos antes, prosiguieron después en aumento.

Durante las grandes crecidas del arroyo, cuando sus aguas arrastran hacia el mar, no solamente bellotas de encina y ramitas de espino, sino árboles enteros, en el torbellino del pozo es donde termina, al menos por algún tiempo, la odisea de los troncos viajeros. Una mañana, algunos amigos y yo fuimos á visitar la cascada para ver brillar á los primeros rayos del sol la espuma matizada de rosa.

De gusto llenos y de angustia faltos, Siguiendo á Apolo el esquadron camina, Unos á pedicox, otros á saltos. Al pie sentado de una antigua encina Vi á ALONSO DE LEDESMA, componiendo Una cancion angelica y divina. Conocíle, y á él me fui corriendo Con los brazos abiertos como amigo, Pero no se movió con el estruendo.

Viendo a mi amada cruz en tal estado, corrí por ella, e hincándola entre la raíz de una encina, me puse a adoralla. Consérvola aún celosamente, por la injuria que sufrió, como si fuera hecha de los huesos de un mártir de Roma. El sol acababa de ocultarse. Los cerros del poniente recortaban escueto y pardo perfil sobre el horizonte de fuego.

Palabra del Dia

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