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Actualizado: 27 de julio de 2025


Algunas obras de Montiano, Porcell, Arriaza, Olavide, Feijóo, un tratado del lenguaje de las flores y la Guía del comadrón, completaban el repertorio. Al lado, y como formando juego con este templo literario, estaba una tienda de perfumería y de bisutería con algunos objetos de caza, de tocador y de encina, que todo esto formaban comercio común en aquellos días.

Se hubiera oído volar una mosca; los lobos, al andar, no hacían ruido alguno, y el cuervo iba a posarse en la copa de una encina seca, situada sobre una de las rocas opuestas; su brillante plumaje parecía de color azul, y de vez en cuando volvía la cabeza como si escuchara. Aquello era extraordinario. Robin pensó: El loco no ve nada ni oye nada; y van a devorarle.

Una cuerda, prestada por un campesino de las inmediaciones, se ata fuertemente al tronco de una encina, y dejándola caer al fondo del abismo, oscila dulcemente por la impulsión de la pequeña corriente de agua, en la cual se moja la extremidad libre.

Personas de gusto substituyen el mate original por vasijas de la misma forma, hechas de plata labrada o de madera preciosa, como el palo santo. En la botánica la planta con que se hace la bebida es un acebo o ilex, familia en la cual está encina. Esta planta es un arbusto de hojas siempre verdes, muy frondoso y bello, que de lejos parece un naranjo sin espinas.

Nicolás Antonio, Bibliotheca hispana nova. Sarmiento, Memorias. Moratín, Orígenes del teatro español. Viaje entretenido, de Agustín de Roxas; Madrid, 1603, Loa de la comedia. Unos escriben Juan de la Encina, y otros Juan del Encina. Esto último parece lo más auténtico, y lo que se lee en las más antiguas ediciones de sus obras.

Pero en cambio había una magnífica cocina de señores, con chimenea de campana, de muchísimo tiro, donde ardía siempre, durante la estación fría, abundante leña de olivo y de encina y rica pasta de orujo; donde rara vez se guisaba; y donde los señores se calentaban muy a su sabor.

Algunos que descollaban por su estatura pertenecían a una raza de hombres de pelo rojo, de piel blanca, velludos hasta la punta de los dedos y tan fuertes que podrían arrancar de cuajo una encina. Entre éstos se encontraba el viejo Materne del Hengst y sus dos hijos Frantz y Kasper.

Nada más alegre á primera vista, ni más entristecedor que el espectáculo ofrecido por el movimiento de un objeto que se ha perdido en el remolino al precipitarse con la cascada. Una bellota de encina, todavía dentro de su cúpula, acaba de ser arrastrada por la caída y reaparece en medio de la espuma.

El caballo se paró en firme, aculándose sobre los corvejones y arrojando espuma y sangre por la boca, pues había chocado con una encina. A pesar de lo rápida que fue la caída, Luisa había visto algunas sombras pasar como el viento detrás del seto, y había oído una voz terrible, la voz de Marcos Divès, que gritaba: «¡Adelante! ¡Atravesadlos

Pues ¿y el árbol? Está formado de ramas de encina y cedro. El solícito amigo de la casa que lo ha compuesto con gran trabajo, declara que jamás salió de sus manos obra tan acabada y perfecta. No se pueden contar los regalos pendientes de sus hojas. Son, según la suposición de un chiquitín allí presente, en mayor número que las arenas del mar.

Palabra del Dia

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