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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Estado militar y ministerio de hacienda, el que vió la luz pública en Mayo último, y como en él se proponga una cesion de nuestras Islas Filipinas á la Inglaterra en cambio de Jibraltar, con alguna otra ventaja, me ha parecido oportuno tomar la pluma, no para dar una contestacion al embozado autor de tal produccion, sino para emitir cuatro reflexiones, aunque lijeras, muy suficientes para desvanecer como el humo cualquiera impresion favorable que haya podido causar el tal folleto, sin embargo que sus ideas en cuanto dice respecto de Filipinas, es imposible hayan tenido acojida ni sido bien recibidas por nadie.

Fidel los siguió en silencio muchas calles, embozado hasta los ojos. ¡Y con qué emoción! Amparo, en las tinieblas, le parecía suya..... La luz determina las distancias. Las sombras confunden los objetos..... La vista entonces tiene algo de tacto. De resultas de esta emoción, Fidel pasó muchas noches entregado al placer de estar á obscuras.

Y seguía su camino, embozado hasta los ojos, porque hacía un frío de dos mil diablos. Otros no se limitaban a sonreír y apretarle la mano, sino que en justa correspondencia a su confianza sacaban con mano temblorosa de los bolsillos del gabán o de lo interior de la gabardina algún instrumento resonante también de menor categoría, una trompeta, un cuerno de caza, una matraca.

Iba embozado en una capa vieja, por bajo de la cual asomaba una esportilla de compras, y por encima del embozo de raído terciopelo mostrábase su rostro lleno y colorado, en el que los detalles más salientes, aparte de las arrugas, eran un bigote de cepillo y unas cejas canosas, tan oblicuas, que hacían recordar los chinos de los abanicos. ¡Juan! exclamó doña Manuela.

Corrió Fortunata al ventanillo, miró con cuidado y... el otro salía embozado en su capa con vueltas encarnadas. La emoción que sintió al verle fue tan grande, que se quedó como yerta, sin saber dónde estaba. Hacía tres años que no le había visto... Observó un hecho muy desagradable: al salir el tal, no había mirado a la puerta de la derecha, como parecía natural... Estaba enojado sin duda...

Os aconsejo que os vayáis dijo éste, acudiendo al reparo de los golpes que le tiraba el embozado , porque si no os vais, os va á suceder algo desagradable. ¡Hola! ¿se me os venís con estocadas? ¡perfectamente! pero es el caso que yo no quiero mataros, amigo mío. Echó fuera dos ó tres estocadas bajas, y aprovechando un descuido del contrario, le dió un cintarazo encima del sombrero.

Pasó bien media hora antes de que el embozado saliese, y cuando Cervantes le hubo visto, metiose por una callejuela inmediata, volviose al figón, y púsose delante de la tía Zarandaja, que se turbó, y por encubrir su turbación le dijo: Bien se os conoce que sois honrado, y que tenéis conciencia, y que no habéis querido dejar de pagarme la buena taza de caldo con vino trasañejo de Montilla, que se tomó aquella desventurada doncella con quien primero vinisteis.

Hubo que don Rodrigo me dijo : No conozco á quien la acompaña; persona debe ser cuando tan tirado platican y tan despacio caminan. Podrá suceder que cuando llegue el caso ese hombre me venza. Anda y busca una ronda, Juara. ¿Y hubo lance? Lance hubo. ¿Hubo sangre? Hubo un desarme... ¿Quién mandó? El embozado del portal. ¡Ah! Pues no sabía yo que tenía tan buen pariente.

Marchaban agarrados del brazo, embozado él en una capa andaluza con vueltas rojas, cubierta ella el rostro con un antifaz negro y envuelta en un abrigo de pieles grises; vio también al mismo tiempo, a través de la verja de la calle Alcalá, venir por aquel lado dos hombres gritando y cantando, cual si estuviesen borrachos; cruzáronse ambas parejas delante del pabellón, por la fachada que da a Recoletos, y allí los perdió el centinela de vista; mas oyó a poco en el silencio de la noche el rumor de un cuerpo que cae a tierra y uno de esos gritos de agonía que jamás se olvidan ni se confunden; vio huir desesperadamente por la calle de Alcalá a la mujer enmascarada y vio correr a los dos hombres, borrachos antes y bien firmes entonces, uno hacia la Castellana y otro hacia la Plaza de Toros.

Lo primero que vió el alcalde fué delante de un hombre embozado; pero con tal capa y tal pluma y tal cintillo en la gorra, que le entró miedo. ¿Tendremos otro grande de España? dijo. Entrad solo, señor alcalde dijo gravemente el duque de Lerma. El licenciado Sarmiento entró. ¿Sois alcalde de casa y corte, según creo? dijo el duque. ; , señor. ¿Os vendría bien ir de oidor á las Indias?

Palabra del Dia

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