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Actualizado: 31 de mayo de 2025
María, en traje de Semíramis, estaba preparada para salir a escena. Rodeábanla algunas personas. El embozado, que no era otro que Pepe Vera, entró a la sazón, se aproximó a ella y sin que nadie lo oyese, le dijo al oído: No quiero que cantes y siguió adelante con impasible aire de indiferencia. María se puso pálida de sorpresa y enrojeció de indignación en seguida.
Ningun interes ofreceria al bien público que el autor de las reflexiones censuradas embozado fuese como se supone A..., ó que sin embozar sea como realmente es M. M.; y lo mismo sucederia con que el censurador no fuese oficial de correos, ó sea el propio interesado, lo que importa es dilucidar la cuestion para que pueda juzgarse si hubo razon para sentar que el tiempo y los sucesos denunciarian imajinarias las ventajas con que se trata de fascinar, ó por el contrario, si la nueva administracion será mas económica, menos gravosa y mas productiva que la antigua.
A las siete y cinco estaba embozado en la capa y dando vueltas por el jardinillo de la Plaza Mayor, que aparecía envuelta en la neblina llorona y gris de la mañana.
El embozado lo atravesó velozmente, y sin tirar del cordón de la campana pegó el oído a la puerta, y así estuvo inmóvil algunos instantes en escucha. Cerciorado de que nadie bajaba, tornó a la puerta de la calle y enfiló otra mirada por ella. Al fin resolviose a abrir el embozo y sacó de debajo de la capa un bulto que depositó en el suelo con mano temblorosa, cerca de la puerta. Era un canastillo.
A todo esto callaba la lastimada señora; y, aunque Dorotea tornó con mayores ofrecimientos, todavía se estaba en su silencio, hasta que llegó el caballero embozado que dijo el mozo que los demás obedecían, y dijo a Dorotea: -No os canséis, señora, en ofrecer nada a esa mujer, porque tiene por costumbre de no agradecer cosa que por ella se hace, ni procuréis que os responda, si no queréis oír alguna mentira de su boca.
Un hombre embozado hasta los ojos atravesó velozmente la plazoleta que hay delante de la morada de los obispos y entró en este recodo. La fuerza del huracán le detuvo, y la lluvia, penetrando entre el embozo de la capa y el sombrero, le privó de la vista.
Y como sabía las señas del embozado, esto es, sombrero gris, capa parda y botas de gamuza, supe que aquel hombre había llegado aquella tarde en un cuartago viejo que me enseñaron en las caballerizas, donde le había mandado cuidar el señor conde de Olivares, caballerizo mayor del rey.
Confuso, sin atreverse á alegrarse, temeroso de una nueva desdicha, el cocinero mayor salió y siguió al carcelero. Se cerró de nuevo la puerta y se oyeron los tres cerrojos y las tres llaves. Cuando el duque de Lerma, de vuelta de la casa de doña Ana, llegó al postigo de la suya, se le atravesó un bulto embozado. ¡Hola! le dijo aquel bulto ; detente y escucha.
Al resplandor de estas llamas, Quevedo vió un hombre embozado que se deslizaba junto al muro del edificio, sobre un terreno que no habían podido reblandecer las lluvias por estar cubierto por los anchos aleros. ¿Quién será éste dijo Quevedo que adelanta y me mira? ¿estaría cercada la casa? pues si es así, á lo menos con éste me quedo. Y sacando de su cinto uno de los pistoletes, le armó y apuntó.
Sí, calle usted me dice con el dedo en los labios. ¿Que calle? Así; y se vuelve a mirar en derredor. Hombre, si yo no pienso decir nada malo. No importa, calle usted. ¿Ve usted aquel embozado que escucha?... Es un esp... un sop... ¡Ah! Que vive de eso. ¿Y se vive de eso en las Batuecas?
Palabra del Dia
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