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Actualizado: 11 de junio de 2025


¡Gran Dios!... Miss Margaret Haynes, por otro nombre Popito, tenía las ropas manchadas de sangre. Su rostro estaba empalidecido por una lividez mortal. Sus labios eran ahora azules, y una humildad dolorosa parecía haber agrandado sus ojos.

Estaba muy ensimismado; de vez en cuando hería el suelo con el pie, ocultando la cabeza entre las manos sin decir palabra. Coletilla, desde la puerta, esperó una mirada del Deseado; no la consiguió, y fuése, sintiendo, al par de su concentrada rabia, dolorosa impresión de agravios y desconsuelo que le ponía en el corazón un dolor inaudito. #Virgo potens#.

Era imposible dudar que, por mucha que fuese la eficacia dolorosa de un punzante y secreto remordimiento, un veneno mucho más mortífero le había sido administrado por la misma mano que pretendía curarle.

Poco a poco el hermoso encarnado de sus mejillas desapareció; sus grandes ojos, abiertos cuan grandes eran, quedaron como amortiguados y entontecidos, y sin que un movimiento ni una queja denunciase lo que padecían, el sufrimiento comprimido se pintó en sus rostros asombrados y marchitos. Nadie reparó en este tormento silencioso, en esta suave y dolorosa resignación.

Otras balas rebotaban contra un palo o contra la obra muerta, levantando granizada de astillas que herían como flechas. La fusilería de las cofas y la metralla de las carronadas esparcían otra muerte menos rápida y más dolorosa, y fue raro el que no salió marcado más o menos gravemente por el plomo y el hierro de nuestros enemigos.

Su rostro se contrajo con tristeza dolorosa, más que por la herida, por la amargura de un sacrificio sin gloria, por perder su sangre, no en la montaña frente á frente con el eterno enemigo, sino á la puerta de una iglesia, á manos tal vez de un sacristán, de uno de aquellos efebos católicos que, ocultos en las alturas, gritaban como mujeres aclamando á la religión y la Virgen.

Le alentaba esto, pero al mismo tiempo miraba en ello cierta dolorosa humillación ¡Valor! Ayúdate que Dios te ayudará. Dejóme triste y abatido la conversación de Andrés. La generosidad de aquel servidor, fiel en todo tiempo a sus amos, me llenó de admiración.

Has querido curarme de mi ambición desesperada. Duro ha sido el remedio. Como quien con hierro candente quema un cáncer, has curado el que roía mis entrañas. No sólo te perdono, sino que te agradezco la cauterización dolorosa. Mi sed de poder y de gloria se aquietó y sació con satisfacciones soñadas.

Luego, sin saber por qué, y contra el mandato de su voluntad, que le gritaba: «¡No te tiendas! ¡no te entregues!», se fué acostando lentamente, como si la tierra tirase de él proporcionándole una voluptuosidad dolorosa.

¡Ven, Isagani! ¡Alejémonos de esa casa, ven! decía en voz ronca Basilio cogiéndole del brazo. Isagani le apartaba dulcemente ¡y seguía mirando con la misma dolorosa sonrisa en los labios! ¡Por Dios, alejémonos! ¿Por qué alejarme? ¡Mañana ya no será ella! Había tanto dolor en aquellas palabras que Basilio se olvidó por un segundo de su terror. ¿Quieres morir? preguntó.

Palabra del Dia

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