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Pues si ahora no estuviese muy ocupada..., necesitaba darle un recado. Yo no creo... El marido no ha venío, y Dios sabe cuándo vendrá, porque suele ajumarse un poco por ahí, y llega tarde... Etará quisá acostando a los niño... Pues, con permiso de usted, voy allá a ver si la veo. Y traté de separarme, haciendo una inclinación de cabeza.

Luego, sin saber por qué, y contra el mandato de su voluntad, que le gritaba: «¡No te tiendas! ¡no te entregues!», se fué acostando lentamente, como si la tierra tirase de él proporcionándole una voluptuosidad dolorosa.

Cuando por la noche estaban doña Manuela y Leocadia acostando a don José, éste dijo a su hija: ¿Suele venir Pepe muy tarde? No: casi siempre antes de las doce. Pues espérale hoy y dile que entre a la alcoba: tengo que hablar con él. Madre e hija adivinaron de lo que se trataba, mas ninguna dio a entender la sospecha. A todos sorprendía por igual el prolongado silencio de Tirso.

Pero la niña no se dió por vencida en el asunto de la letra escarlata; y dos ó tres veces, mientras regresaban á su morada, y otras tantas durante la cena, y cuando su madre la estaba acostando, y aun una vez después que parecía estar ya durmiendo, Perla con cierta malignidad en las miradas de sus negros ojos, continuó su pregunta: Madre, ¿qué significa la letra escarlata?

Después de repetir textualmente el recado, añadió: «Ha sido esta mañana. D. Francisco acababa de llegar y se estaba acostando». Doña Lupe no volvía de su asombro. «Vaya, que lo toma con calma. Más vale así. ¿Y esto es cordura o qué es? Será lo que llaman filosofía... Dios nos tenga de su mano, si después le da por la filosofía contraria».

Emilio Zola sostiene que los poetas líricos de ahora son pajaritos que cantan en el árbol de Víctor Hugo. Es la pura verdad. Carduci, Núñez de Arce, Copee, Sully Prudhome, Campoamor y otros pocos no hacen más que glosar con dulzura el canto sublime del titán del siglo XIX, reflejar la luz gloriosa del astro que se está acostando entre vivas y esplendorosas llamaradas.

«Este chico tiene algo» dijo Bou para . Olvidándose luego del muchacho, siguió pausadamente los pasos contados de su metódica vida; paseó un poco por la tarde, comió después, fue al café, regresó a su casa, y cuando se estaba acostando, ¡ay Dios!, oyose un estrépito tal, que no parecía sino que reventaba una mina junto a la casa y que esta se venía abajo de golpe.