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Al oirse el estallido, los miserables, los oprimidos, los que vagan perseguidos por la fuerza saldrán armados y se reunirán con Cabesang Tales en Santa Mesa para caer sobre la ciudad; en cambio, los militares á quienes he hecho creer que el General simula un alzamiento para tener motivos de permanecer, saldrán de sus cuarteles dispuestos á disparar sobre cualesquiera que designare.

¡Cómo! ¡he reñido contra dos y llamáis esto inicuo! exclamó Juan Montiño ; ¡vos, que habéis tenido la cobardía de disparar contra un hombre con quien reñíais con ventaja! Mirad, don Bernardino dijo Saltillo ; os aconsejo que os vayáis de Madrid. ¡Me vengaré!...

El gaucho estaba muy sobre , ansioso de satisfacer su rabia y confiando en su destreza en las armas. Ambos ya en el sitio y con la pistola en la mano, marcharon el uno contra el otro. Inseguro Arturito de su puntería, no quiso disparar hasta llegar a la raya que se le había marcado. El gaucho, más seguro, disparó al dar el quinto paso.

Mientras su caballo seguía galopando, él armaba el arco para disparar la peste. En su espalda saltaba el carcaj de bronce lleno de flechas ponzoñosas que contenían los gérmenes de todas las enfermedades, lo mismo las que sorprenden á las gentes pacíficas en su retiro que las que envenenan las heridas del soldado en el campo de batalla.

Era un excelente tirador, y sin embargo, hizo un disparo y después otro, sin que la cabalgadura del gaucho cesase en su galope. Iba ya á disparar su última cápsula, cuando el «flete» de Manos Duras titubeó, marchando con más lentitud, hasta que por fin dió una voltereta mortal, levantando una nube de arena con su agónico pataleo.

No puede haber para ustedes otro suceso extraordinario que un motín contra el impuesto de Consumos, una huelga, un cierre de tiendas protestando de los impuestos, y hacer fuego entonces sobre una muchedumbre armada de piedras y palos. Si alguna vez manda usted en su vida disparar, tenga la certeza de que será contra españoles.

Después de enviar á la siguiente estación al conductor de la cigüeña, se emboscaron todos detrás de una cerca, esperando el momento de morir matando, pues en el caso probable de que hubieran sido atacados por los alzados éstos al ver á sus enemigos en número inferior, los hubieran tratado de capturar y como consecuencia se habrían defendido hasta disparar el último tiro.

Me ocurrió una idea, que juzgué practicable. Prometo no disparar antes que ustedes dije. Pero no los dejaré entrar. Quédense donde están y hablen. Aceptado dijo Dechard. Los tres acabaron de subir la escalinata y se detuvieron al otro lado de la puerta. No pude oír lo que se decían, pero vi que Dechard hablaba al oído del más alto de sus compañeros. De Gautet, según creo. Secreto tenemos pensé.

Aquellos pajarracos no se comían, pero Frígilis les tenía declarada la guerra porque se burlaban de los cazadores con una especie de ironía, de sarcasmo que parecía racional. Esperaban, fingían estar descuidados, disimulaban su vigilancia, y al ir Frígilis a disparar, escondido tras un seto... volaban los condenados gritando como brujas sorprendidas en aquelarre.

Don Fermín volvió a tranquilizarse, viendo la exaltación de la ira pintada en el magistrado. «, había hombre; la máquina estaba dispuesta; el cañón con que él, don Fermín, iba a disparar su odio de muerte, ya estaba cargado hasta la boca». Don Víctor no hablaba. Gruñía arrimado a la pared, en un rincón... «Ya no había qué hacer allí». El Magistral se despidió.