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Actualizado: 12 de junio de 2025
El supuesto barco mercante y sus dos perseguidores se dirigían rápidamente hacia el oeste, dejando al norte la costa de San Albano. No se divisaba otra vela en todo el horizonte. Roger permanecía cerca del timón, mirando las galeras enemigas y recibiendo de lleno en el rostro la fuerte brisa del mar que agitaba su rizado cabello rubio.
Estos me parecia que circulaban por aquellos salones, y que sus sombras magestuosas se acercaban á su excelsa nieta la señora Doña Isabel II, y le dirigian voces tan dulces como provechosas.
En casa la hablaba y la mimaba: cuando salía á dar algún corto paseo por el contorno la invitaba para que le acompañase, aunque tuviese que abandonar alguna faena doméstica, le mostraba sus haciendas y comunicaba con ella sus planes de reforma. Nada de esto escapaba al ojo avizor de los campesinos que al paso de ellos se dirigían miradas y sonrisas de inteligencia.
Los clérigos debieron de entender que se habían excedido un poco en la defensa de aquel patriarca, porque dirigían la palabra con semblante humilde tanto a D. Pantaleón como a Moreno. El mismo presbítero gordo vino a decirles que retiraba todas las bofetadas que había dado. Con esto D. Pantaleón se dio enteramente por satisfecho, y no comprendía cómo Moreno se mostraba aún torvo y enojado.
El doctor Chevirev no se esforzaba por conservar en la memoria los nombres de sus amigos del Babilonia, y no se daba cuenta de que desaparecían y eran reemplazados por otros. Callaba, sonreía cuando se dirigían a él, bebía su champaña mientras los demás gritaban, bailaban con los bohemios, se regocijaban o se entristecían, reían o lloraban.
Así, si se cortaba la corriente eléctrica, no había peligro de que los clientes sintiesen la tentación de apropiarse el dinero de la banca. De tarde en tarde sonaba una campanilla, agitada discretamente por uno de los empleados de levita negra que dirigían el juego. Una ficha, una moneda ó un billete había caído bajo de la mesa.
En efecto, se dirigían todos á la antigua casa de Cpn. Tiago: ¡allí se reunían en busca de un baile para danzar por el aire! Basilio se rió al ver las parejas de la Guardia Veterana que hacían el servicio. Por su número se podía adivinar la importancia de la fiesta y de los invitados.
El ruido había disminuido bastante; gracias a esto se percibían los acordes de la charanga de hospicianos, que hasta entonces no había logrado hacerse escuchar. Los espectadores sacaban los relojes y dirigían miradas significativas a la presidencia.
Principió por donde debía, esto es, por imitar su humildad. Hasta entonces había sido modesta, aunque no tanto que no le gustase verse lisonjeada y aplaudida; mas a partir de esta época no sólo huyó toda alabanza con cuidado, sino que rechazó las que le dirigían y hasta procuró ocultar sus habilidades para quitar a los amigos la ocasión de ensalzarla.
Como había muchas señoras con el mismo disfraz, imposible saber quién era. Entonces se apresuró a salir del salón. Las palabras aquellas le sonaban dentro de la cabeza como feroces martillazos. Temió caerse. En la antesala respondió con sonrisa estúpida a las frases amicales que le dirigían. Su tío don Melchor, viéndole tan pálido, vino hacia él: Qué tienes, Gonzalillo: ¿te sientes mal?
Palabra del Dia
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