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Actualizado: 16 de junio de 2025
Y la llevó a su tocador y con maternal solicitud le puso en el pecho unos céfiros que ocultaron lo que en realidad no debía mostrarse. La joven procuró disimular su vergüenza achacando la falta a la modista. No obstante se sintió tan humillada por aquella lección y por la sonrisa compasiva que la acompañó, que nunca más pudo ver desde entonces a la devota marquesa.
«Y Ana, que pasaba por hija predilecta de confesión del Magistral, por devota en ejercicio, se había presentado en el teatro en noche prohibida, rompiendo por todo, haciendo alarde de no respetar piadosos escrúpulos, pues precisamente ella no frecuentaba semejante sitio.... Y precisamente aquella noche...».
Una devota como tú debe estar muy enterada de estas cosas. ¿Qué te representa mejor a Dios, la bondad o la belleza? Elena respondió con gran dulzura: ¡El amor! Y tal palabra tuvo un encanto exquisito en aquellos labios inocentes. Sofía nos echó a perder aquel delicado placer gritando a voz en cuello: ¡Bravo! ¡Bravo! Esa es la verdad; la verdadera religión es la del amor.
Clara contestó sin duda que sí con un movimiento de cabeza. El sermón de la devota dejó un eco en la sala. Señoras: para concluir, me permitiré una observación dijo don Gil. Yo no veo un escándalo en que la señora doña Clarita salga en la procesión de las vírgenes.
Después de breve pausa, prosiguió don Guillén: Mi primera misa la dije en la casa de campo de la Somavia. La duquesa fué mi madrina. Me regaló una rica casulla, bordada en oro. Entre sus arabescos, muy disimulado, hay un corazón estrujado por una mano; del corazón cae un hilo de sangre, que, retorciéndose, describe una A equívoca. En lo alto de la capilla enarbolaron una gran bandera blanca. Ofició conmigo el señor obispo, por exigencia de la duquesa; pero Su Ilustrísima, que no me había perdonado la antigua calaverada, me envió, apenas ordenado de mayores, a una parroquia rural inhospitalaria: San Madrigal de Breñosa. Allí tenían una hermosa finca los señores de Neira, de donde tomaron pie para el título; pero jamás iban, por lo muy apartado y fragoso de la comarca. Sucedió que a los dos años de estar yo en aquellos andurriales falleció don Restituto; doña Basilisa, la viuda, fué a guardar el luto en las soledades de San Madrigal, y como era muy devota, y oía, antes del desayuno, misa diaria, me nombró su capellán. Era una señora rechonchita, nada fea, en buena edad todavía, muy blanca, y simple que no cabía más. Sus ideas religiosas eran caprichosas, y aun cómicas. Creía que el cielo de los bienaventurados era un teatro, con su escenario y localidades para el público. Su marido, don Restituto, según ella, se había adelantado a entrar en el teatro, para coger buen sitio y reservárselo a su mujercita. Ello es que, olvidándose en seguida de que su marido la esperaba, con un sitio acotado, dió en enamorarse de mí y en dármelo a entender con palmarias manifestaciones. Otra matrona de
El perdón basta por sí para producir la gracia eficaz en el perdonado contestó la devota; y si es así, que el perdonado se corrige con la gracia tan sólo, luego la corrección del perdonador es ineficaz para el perdonado.
Según tradición, conservada en la familia, estos vasos, traídos del Perú por el séptimo Porreño, almirante y consejero del rey , fueron mirados al principio con gran recelo por la devota esposa de aquel señor, que creyendo fuesen cosa diabólica y hecha por las artes del demonio, como indicaban aquellos cabalísticos y no comprendidos signos, resolvió echarlos al fuego; y si no lo hizo fué porque se opuso el octavo Porreño , el mismo que fué después consejero de Indias y gran sumiller del señor rey don Felipe IV. Junto á la cama campeaba un sillón de vaqueta chaveteado, testigo mudo del pasado de tres siglos.
«No obstante, se decía a sí mismo, animándose al ataque, mi mujer ya no va para santa; respeto como antes su piedad, pero ya no me da miedo; ya es una devota como otras muchas, va y viene, y no se detiene; la novena, la misa, la cofradía, la visita al Santísimo... pero ya no tenemos aquellas encerronas con que a mí me asustaba, como si tuviéramos un para-rayos en casa.
Luego, al saltar a otro país de cocoteros y bosques enmarañados, con ríos como mares, llanuras de infernal ardor, volcanes de cima humeante y lagos suspendidos entre cordilleras vecinas a las nubes, volvía a encontrar vestido de blanco, con el sombrero de paja en la mano, el mismo hidalgo cortés y ceremonioso; la dama de breve pie y ojos andaluces, discreta, juguetona y devota como una tapada de Lope; el antiguo convento colonial con sus torres encaperuzadas de azulejos que desgranan el campaneo de las horas en las tardes ardorosas o las noches lunares sobre calles de rejas ventrudas impregnadas de perfume de naranjo y de jazmín.
Tenemos datos para creer que la devota no dijo esto con las mismas palabras empleadas en nuestro escrito. Pero si el lector lo encuentra inverosímil, si no le parece propio de la boca en que lo hemos puesto, considérelo dicho por el autor, que es lo mismo. Ella dijo algo parecido á esto, siendo el mismo pensamiento, aunque distintas las frases.
Palabra del Dia
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