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Actualizado: 17 de mayo de 2025


En el mismo instante se presenta una diputación de los vecinos de Zalamea, para anunciar á Crespo que lo han elegido alcalde. A la vez le anuncian que el rey Felipe vendrá aquel mismo día á Zalamea, y que el capitán Alvaro, herido, ha sido llevado al pueblo. Crespo se apresura á tomar posesión de su nuevo cargo, y su primer acto, como alcalde, es la prisión del capitán, cuya herida no resulta tan peligrosa como se creyó al principio; Alvaro protesta contra la aplicación de la justicia civil á un oficial; Crespo manda entonces que se retiren todos los circunstantes, porque tiene que hablar con él á solas. Admirable es la escena que sigue. El alcalde, con frases enérgicas, echa en cara al oficial que ha deshonrado á su hija la infamia de su conducta, manchando el lustre de una familia, que había subsistido inmaculada siglos hacía; intenta hacerle comprender, que su obligación, según las leyes divinas y humanas, es devolver á Isabel el honor que le ha robado, y que no hay otro medio de conseguirlo que casándose con ella; le ofrece cederle toda su fortuna y todas sus posesiones, y, por último, se arrodilla ante él, conjurándole, por lo más sagrado, que acceda á su justísima pretensión. Pero el insensible capitán rechaza con frío desprecio la súplica, para él insensata, del sencillo anciano, y entonces se levanta Crespo de repente blandiendo su vara de alcalde, y manda á los vecinos que acorren, que encierren al culpable en la cárcel. Alvaro se opone, pero al fin queda preso. Crespo entabla las diligencias judiciales necesarias; toma declaración á los soldados, también presos; les hace confesar el delito, y obliga á su hija á declarar también sobre la existencia del atentado, y sobre el delincuente. Después de esto encierra en la cárcel á su hijo, acusado de sacar la espada contra su superior jerárquico, y, cuando algunos extrañan tanto rigor, les contesta: «Lo mismo haría con mi propio padre si la ley lo mandaraMientras tanto, un soldado fugitivo cuenta á Don Lope de Figueroa lo que sucede en Zalamea.

Una vez en el pórtico, era lícito levantar la cabeza, mirar a todos lados, sonreír, componerse furtivamente la mantilla, buscar un rostro conocido y devolver un saludo.

Sólo en parte se creía en el motivo aducido por ella: que hubiese muerto a la desgraciada italiana únicamente para devolver la libertad al correligionario y restituirle al partido, parecía creíble a los que tenían una alta idea del celo sectario; pero los más reconocían que a éste se habían unido los celos de la mujer amante para determinar el delito.

Diga usted, papá: Cuando a me falta aire y me ahogo, como aquella infeliz avecilla, ¿no se me podría también devolver la vida rodeándome de flores? , Magdalena; , hija mía; ya lo haremos así asintió el doctor. No pases pena: yo te llevaré a un país en que no mueren jamás ni las flores, ni las niñas y allí vivirás entre rosas como una abeja o un pájaro.

Veo en él una mezcla de rabino avaro, moro fantaseador y guerrero romántico, ansioso de rescatar los Santos Lugares para devolver millones de almas a su Dios. Pero reconozco que, de ser cierta la hipótesis del cambio de nacionalidad, fue éste uno de los mayores aciertos de su vida.

Aquel valor que él sentía ante una sotana, por la esperanza irreflexiva de que la mansedumbre obliga al clérigo a no devolver las bofetadas, aquel valor desaparecía pensando en los puños de don Fermín. «No había salida. No había más que acabar con él ayudando a Foja, ayudando a Glocester, a todos los enemigos del tirano eclesiástico».

Obvias son las razones que tengo para aconsejar este prudente disimulo, por parte de los poderes públicos, se entiende, y quedando á salvo la lengua y la pluma de cada ciudadano español, para devolver con creces agravio por agravio y para desahogarse hasta quedar satisfecho y pagado.

¿Queréis entonces que me muera de hambre y sed? ¡Un centener de francos, mi buen señor L'Ambert! ¡Ni un solo céntimo! La Providencia te puso en mi camino para devolver a mi rostro su aspecto natural. Bebe agua, come pan seco, prívate de lo más necesario, muérete de hambre, si puedes; sólo a ese precio podré recobrar mis facciones y volveré a ser el mismo.

Un olor á opio que se escapaba del vecino aposento, hacía pesada la atmósfera y le daba sueño, pero el joven se resistía mojándose de tiempo en tiempo las sienes y los ojos, dispuesto á no dormir hasta concluir con el volumen. Era un tomo de la Medicina Legal y Toxicología del Dr. Mata, obra que le habían prestado y debía devolver al dueño cuanto antes.

Se encargó de la educación de su sobrino, hizo devolver a su hermana una parte de los bienes que le fueron confiscados durante la emigración, y la pobre condesa de V * murió bendiciéndole y encargando a su hijo que le obedeciera ciegamente.

Palabra del Dia

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