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Actualizado: 13 de julio de 2025


Deteniendo a intervalos el curso de las imágenes, Ramiro rebuscaba todavía el sentido de las escenas que se sucedieron ante él. ¿Qué podía significar aquella repartición de largas agujas de espartañero, cuya punta ensayaban algunos en su propia mano; y, luego, aquel sordo clamor colectivo, simulando todos en el aire el gesto homicida? ¿Qué dijo en su discurso aquel viejo de africano rostro que vociferaba y gesticulaba junto al hachón encendido, produciendo de tiempo en tiempo, con su gorro escarlata recubierto de conchas marinas, fuerte castañetazo para avivar la atención?

El noble se descubrió y deteniendo su caballo á la puerta de la modesta capilla, rogó en alta voz á la Reina de los Cielos que bendijese sus armas y las de sus soldados en la próxima campaña. Una limosna, mis buenos señores, dijo entonces el mendigo, con voz suplicante. Favoreced á este pobre ciego, que hace veinte años no ve la luz del día. ¿Cómo perdisteis la vista, abuelo? preguntó el barón.

17 porque el gran día de su ira es venido, ¿y quién podrá estar delante de él? 1 Y después de estas cosas vi cuatro ángeles que estaban sobre los cuatro ángulos de la tierra, deteniendo los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol.

Las montanas se han abierto un camino al traves de las nubes, y con su choque han hecho temblar toda la cordillera de los Alpes, cubriendo de escombros los verdes valles, deteniendo el curso de los rios por su caida repentina, reduciendo sus aguas en turbillones de vapores y forzando al manantial a que se forme una nueva madre.

De aquí tomó pie el redentor para hablar de lo mucho que comía su hermano Nicolás. Esto desilusionó un poco a Fortunata, que se quedó como lela, mirando a su amante, y deteniendo el tenedor a poca distancia de la boca.

Fué pasando entre las dos masas varoniles, alta la cabeza, pisando fuerte, con su arrogante andar de diosa cazadora, deteniendo á veces la mirada en algunos de los centenares de ojos fijos en ella. La ilusión de su triunfo le hacía avanzar erguida y serena, lo mismo que si pasase revista á las tropas.

El atún estaba bien agarrado y tiraba del sólido gancho, deteniendo la barca, haciéndola danzar locamente sobre las olas. El agua parecía hervir; subían a la superficie espumas y burbujas en turbio remolino, cual si en la profundidad se desarrollase una lucha de gigantes, y de pronto la barca, como agarrada por oculta mano, se acostó, invadiendo el agua hasta la mitad de la cubierta.

Bastaba un solo cadáver, el cadáver que justificaría las crueles represalias, para que despertase la autoridad de su sueño voluntario. Comenzó por todo Jerez la cacería de hombres. Pelotones de guardia civil y de infantería de línea, guardaban inmóviles la entrada de las calles, mientras la caballería y fuertes patrullas de a pie ojeaban la ciudad, deteniendo a los sospechosos.

No todo era bienandanza, sin embargo, para los futuros querubes de la corte celestial. Don Miguel, el terrible párroco, turbaba de mil modos, a cual más grosero, la paz de su corazón, ora echando una cortina al suelo bajo pretexto de que le tapaba alguna imagen, bien trasladando los jarrones de flores adonde se le antojaba, o deteniendo a los recadistas y empleándolos en otros menesteres, etc., etc. Ninguna censura o mandato episcopal podía debilitar la energía del feroz cabecilla ni hacerle doblar la cerviz.

El mismo Delaberge, deteniendo de nuevo el paso, se preguntó si no iría también a hablarle... Simón le había visto ya, sus miradas se cruzaron y el impulso generoso del inspector general se vio cortado por la mirada hostil que el joven le había dirigido.

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