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Actualizado: 27 de julio de 2025


Pero le bastó invitar una noche á comer á este ruiseñor humano, para desprenderse de sus ilusiones. ¡Qué torrente de necedades cuando hablaba! ¡Qué feo y vulgar al despojarse de sus trajes escénicos y limpiarse los colores del rostro!... Estando en Sevilla durante la Semana Santa, sintió interés por un torero joven al que adoraba España entera.

Los continuos y repetidos avisos que sucesivamente recibia de estos graves acontecimientos el Exmo. Señor D. Juan José de Vertiz, Virey de Buenos Aires, le determinaron á desprenderse de algunas tropas, sin embargo de las pocas fuerzas con que se hallaba para atender á las necesidades y recelos que ocasionaba en todas aquellas costas la guerra con los ingleses.

Por más que á don Silvestre repugnara el desprenderse de sus cómodos hábitos, al día siguiente tuvo que empaquetarse en los nuevos que le trajeron de una elegante ropería; pero como el diablo las carga, si bien, con trabajillos y todo, parecieron pantalón, levita, chaleco y sombrero, para las piernas, tronco, cuello y cabeza hercúleos de don Silvestre, no hubo un par de botas para sus pies en toda la corte, pues, como decían los zapateros á quienes se acudió, «hormas de tal tamaño no se hacían en Madrid sino de encargo».

Sin embargo desde un principio manifestó el cabildo su deseo de no desprenderse de ella: las limosnas que producia á la Fábrica fueron primero escelente pretesto para retenerla desde la primavera del año 1529 hasta fines del año 31; la mala vigilancia que con ella se habia tenido en su santuario, dando lugar á que un rústico de Antequera, nuevo Diomedes, osase robar el paladion de la moderna Córdoba, fué despues motivo suficiente para que en 1536 se declarasen el cabildo y la ciudad con derecho de patronazgo á su custodia en su santa casa; en el año 1576 el obispo D. Bernardo de Fresneda, con la gran devocion que cobró á esta santa imágen, la detuvo en Córdoba casi tres años, en cuyo tiempo mandó hacerle un vestido de plata y un precioso trono con peana de lo mismo, con la estátua de S. Bernardo y la suya de rodillas, y en los cuatro lados del trono grabada en grandes láminas, tambien de plata, la historia del pastor que trajo la milagrosa imágen de Portugal; el obispo Pazos intentó formalmente en 1586 que no volviera á salir de la catedral, donde quiso erigirle nueva capilla; el cabildo en 1596 probó con hechos que á fuer de patrono podia en caso necesario llevársela adonde mejor le pareciese, porque ofendido de la ilegal donacion que el obispo Portocarrero habia hecho de su santuario, la tuvo depositada en la capilla de S. Pedro hasta que aquel prelado fué trasladado á Cuenca; y finalmente la sequía del año 1699 fué la que dió ocasion á fijar definitivamente la permanencia perpétua de la milagrosa imágen en la catedral, para consuelo del pueblo cordobés y remedio en sus aflicciones y necesidades .

Virey; de la cual no tiene V. E. facultad para desprenderse.

Por fin, cuando ya anochecía el tercero y mientras yo entristecido por su ausencia, pues había salido aquella tarde, contemplaba su habitación desierta, vi desprenderse de sus rosales una hoja que empujada por el viento cayó revoloteando hasta la calle. La manzana que a Newton le cayó en la nariz, fue para el sabio una revelación de la gravitación universal.

Sin recordar la suya hacia el pobre viejo paralítico que Dios le había dado por esposo, ni pensar en que su falta había truncado la vida del conde, amenazado de morir en la soledad, sin familia que endulzara sus últimos días, hacía pesar sobre él toda la responsabilidad del delito y toda la amargura que ahora sentía al desprenderse del único placer que la acariciaba en aquella lúgubre y monótona existencia. ¡El único placer!

El instinto de la paternidad, del que había hablado tantas veces como de algo infalible, no le avisó en la presente ocasión. ¿Cómo podía reconocer á Julio en este sargento cuyos pies era dos bolas de tierra mojada, con un capote descolorido y de bordes deshilachados, lleno de barro hasta los hombros, oliendo á paño húmedo y á correa?... Después del primer abrazo, echó la cabeza atrás para contemplarle, sin desprenderse de él.

Vieron todos aquel lugar como un santuario cuya conquista era el supremo galardón de la victoria, y se arrojaron sobre los defensores del agua escasa y corrompida que arrojaban unos cuantos arcaduces en un estanquillo. Los enemigos, que no querían desprenderse de aquel tesoro, lo defendían con la rabia del sediento.

Al registrar los maestros calafates el casco de la galera, veían á un pescado enorme desprenderse de su fondo con la tranquilidad de una persona honrada que ha cumplido su deber. Era un delfín enviado por la Santísima Señora para que pegase su lomo á la brecha abierta. Y así, como un tapón, había navegado de Nápoles á Valencia, sin dejar pasar una gota de agua.

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