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Actualizado: 22 de octubre de 2025
A Nepomuceno había que ponerle las cosas muy claras; y Marta, aun a riesgo de molestar a los bailarines, tal vez contenta con molestarlos, porque aquello venía a ser un anuncio, dejaba ver con gran transparencia el verdadero motivo de los desaires que se veía obligada a dar; a saber: que era más importante para ella hablar con Nepomuceno que andar por allí dando saltos y despertando, el diablo sabría qué apetitos, en aquella juventud lucida y generalmente colorada, gracias a la mucha sangre.
Cedí con la sopa á los reiteradísimos «ponte más, no lo desaires» con que me acosaba la buena señora; y al tratar resueltamente de negarme á repetir de los potajes, tal fué la insistencia de la familia entera, y tanto me solfearon que despreciaba su pobreza, que por no sufrir tan inclemente machaqueo me resolví, con la resignación de un mártir, á jugar la salud en aquel lance; pero me fué imposible transigir con el capón: materialmente estaba ya lleno, rebosando mi estómago.
No menos célebre fué su oposicion á una serenata sentimental que algunos querían dar á cierto gobernador en la víspera de su marcha: D. Custodio que estaba algo resentido por no recordamos qué desaires, supo insinuar la especie de si el astro veniente era enemigo mortal del saliente, con lo que atemorizados los de la serenata, desistieron.
Aquel resentimiento que se inició en su alma iba trocándose poco a poco en lástima, porque Manolita le repitió hasta la saciedad que Jacinta sufría desdenes y horribles desaires de su marido. Llegó a sentar como principio general que todos los maridos quieren más a sus mujeres eventuales que a las fijas, aunque hay excepciones.
No sé quién se lo ha metido por la cabeza, dice que le pongo en ridículo si no voy.... Y nos alude... habla del que tiene la culpa de esto... dice que él no es amo de su casa, que se la gobiernan desde fuera.... Y después, que la Marquesa está ya algo fría con nosotros por causa de tantos desaires... ¡qué sé yo! Bien, pues si todavía se obstina... entonces... tendremos que ir a ese baile dichoso.
No era esto lo peor, sino que la Regenta y don Fermín notaban en Quintanar cierta frialdad cada vez que los veía juntos y el Magistral tuvo que fingirse distraído ante algunos desaires disimulados. Don Álvaro no iba a casa de los Ozores sino muy de tarde en tarde y sólo hacía visitas de cumplido, muy breves. ¿Por qué así? preguntaba don Víctor.
Se enfurecía cuando le veía acercarse a la mesa, le daba toda clase de desaires, le demostraba de mil maneras que estaba ejecutando una acción infame. Nada, Timoteo no cejaba. «Buenas noches, D.ª Carolina. Buenas noches, D. Pantaleón. Buenas noches, Presentacioncita.» La irritada señora llegó a pretender que Mario le hablase para hacerle desistir de su locura, y si fuera necesario le amenazase.
Era de las pocas señoras que ayudaban al Arcediano en su conspiración contra el Vicario general. Sin embargo, Visita confesaba a veces con don Fermín, a pesar de los desaires de este. «Ya sabía él a qué iba allí aquella buena pécora, pero chasco se llevaba; la confesaba por los mandamientos y se acabó». «¿Y qué más? adelante; ¿y qué más? estilo Ripamilán.
Siempre, claro está, usando palabras corteses; nada de desaires, nada de enojos, nada de sentirse molestada por la pertinacia, pues el ciego no es responsable de no ver, y hasta merece simpatía cuando observamos que la causa de su ceguera está en que el foco del corazón le ofusca la vista de los ojos. ¿No merece un poco de piedad un ciego tan sublime?
¿Cree usted? preguntó el conde, mirándola con fijeza. Sí; vaya usted replicó la dama con perfecta serenidad ya, huyendo su mirada. Pues usted me permitirá que la desobedezca. No quiero exponerme a un desaire. ¡Qué importan los desaires a un enamorado!... Porque usted, por más que diga, está enamorado de Fernanda... Se le conoce a la legua.
Palabra del Dia
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