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Después de un cuarto de hora de una conversación difícil, cuyo asunto era imposible de cambiar, tan violenta era la exasperación reciente, la abuela se levantó con gran satisfacción mía. Yo, que me complazco mucho habitualmente con la compañía de Petra, fui feliz al dejarla.

Mientras la conducían se les soltó la risa, lo que les obligó más de una vez a dejarla en el suelo. El joven, con los esfuerzos, se ponía muy colorado, y esto hacía reír de tal modo a la niña que le privaba en absoluto de las fuerzas. Reía pocas veces, mas cuando se le soltaba la llave no había quien la atajase.

Lo que pasa entre los peces pasa entre los hombres; sólo que nosotros no abrimos la boca y nos tragamos la víctima de golpe, lo cual, después de todo, es una ventaja para ella, sino que la vamos devorando a pequeños mordiscos, arrancándole la carne hasta dejarla en esqueleto... ¿No me ve usted a ? añadió con sonrisa feroz apuntando a su rostro. El pez que me ha comido lo entendía.

María de la Luz volvió a ocultar su cabeza entre los manos. Nunca: no hablaría: bastante llevaba dicho. Era un tormento superior a sus fuerzas. Si Fermín la quería un poco; debía respetar su silencio, dejarla en paz, que harto lo necesitaba. Y el estertor de sus lloros, rasgó de nuevo la calma del crepúsculo. Montenegro mostrábase tan desalentado como su hermana.

Escriturada, ¿eh? ¡Ya veréis de qué le vale la escritura! Señora, el novio no puede dejarla; si la deja, va a presidio por toda la vida. Calla, calla, bobalicona; ¿quién os ha metido esas bolas por la cabeza? Eso se sabe... vamos. Benita está consultada. Mire, señora dijo Teresa, la morena sentimental, la verdad en que nosotras corremos peligro; tiene usted razón... ¿Pero qué quiere que hagamos?

Haz lo que quieras; pero antes consulta con tu conciencia». Esta me acusaba de ingrato. La conciencia quedaría tranquila y callaría. La firmeza de mis propósitos y mi conducta futura lograrían dejarla satisfecha. Linilla no sabría nunca que su Rodolfo le había sido infiel. Me asaltó entonces horrible presentimiento. Las señoritas Castro Pérez estaban en San Sebastián.... ¡Eran tan indiscretas!

Pido, , pido por amor de Jesucristo... que mañana mismo se vaya usted a España.... No me aparto de usted hasta dejarla en el tren.... Váyase usted, hija querida, con su padre. ¿No ve usted que tengo razón? Qué creerá su marido de usted si se queda usted aquí... pared por medio... usted es demasiado discreta y buena para intentarlo siquiera. ¡Por esa criaturita! Que su padre se persuada.... porque se persuadirá con el tiempo y su conducta de usted.... ¡Ah! ¡No separe el hombre lo que Dios ha unido!

Algunas veces se me había ocurrido el pensamiento de que mi hermana podría hallarse destinada por nuestras desgracias á entrar en alguna familia rica en calidad de preceptora: hice entonces juramento, sea cual fuere el porvenir que nos estuviera reservado, de dividir con Elena la más pobre boardilla, el pan más amargo del trabajo, antes que dejarla sentarse al festín envenenado de esa opulenta y odiosa servidumbre.

Y es una hermosa muchacha: está flaca y sobre todo mal vestida; pero con un mes de buen trato... ¡Y usted la vendería, la dije con repugnancia sin dejarla concluir. Hoy todo se compra y se vende, me contestó con sarcasmo: se vende el amor, se vende la amistad. ¡Y se venden las hijas! Amparo no es mi hija, me contestó con precipitación y con acento singular.

No... si... no reza... es decir... oración mental... ¿qué yo?... cosas de ella. Hay que dejarla. Y suspiraba otra vez. , había que dejarla. Pero a solas, don Álvaro se mesaba los rubios y finos cabellos ¡quién lo diría! se llamaba animal, bestia, bruto, como si no fuera todo lo mismo, y se decía: ¡Me he portado como un cadete!