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Actualizado: 18 de mayo de 2025
¿Ya se fué esa loca? preguntó misia Gregoria, abriendo los ojos y apartando las manos del torturado órgano auditivo, ¡qué carácter de muchacha! al momento se atufa, y no hay más que dejarla desahogar. Lo mismo era yo, a su edad. Nanita, ven acá, acércate. Susana obedeció.
No, no. Yo voy bien. Y tú, ¿cómo tienes la herida? No debe de ser nada. ¿Vamos a verla? Luego, luego; no hay que perder tiempo. Martín abrió la portezuela, y, al sentarse, dirigiéndose a la superiora, dijo: Respecto a usted, señora, si vuelve usted a chillar, la voy a atar a un árbol y a dejarla en la carretera. Catalina, asustadísima, lloraba. Bautista subió al pescante y el demandadero con él.
Mi parecer es que dejes la visita hasta mañana y que la hagas á la luz del día, cuando todos esos mozos estén en el trabajo. Y si es que no quieres dejarla, entonces nosotros te acompañaremos después hasta Villoria.
Emma, después de pensarlo, no tuvo inconveniente en que la flauta de su padre pasara a manos de su marido. El cual, después de untarla bien con aceite, y dejarla, merced a ciertas composturas, como nueva, se consagró a la música, su afición favorita, en cuerpo y alma. Se reconoció aptitudes algo más que medianas, una regular embocadura y mucho sentimiento, sobre todo.
Sin embargo, la tuvo, y cuando trató de coger la pluma para hacerlo, antes de trazar el primer renglón, volvió a dejarla al representarse la sorpresa que la joven recibiría. Pasaron algunos días. La idea no le abandonaba. Por medio de mil sutiles razonamientos procuraba persuadirse a escribir la epístola amorosa. Si se reía de él, ¿qué? no había de verlo.
Lo esencial es que se ha puesto hermosísima, mucho más guapa que antes. En fin, tengo ese capricho y me da la gana. Ha engordado..., antes tenía el pecho como de ninfa jovencilla, hoy debe de tenerlo como la diosa de la abundancia. ¡Me da una ira pensar que el burro de Martínez!... No es que yo me arrepienta; pero la verdad es que anduve algo precipitado en dejarla.»
La admiración que sentía la joven por Juan, la hizo notar, sin querer, lo singular que era la conducta poco afectuosa de Huberto. ¿Por qué la rareza de sus visitas coincidía con el mal estado de los asuntos del señor Aubry? ¿Por qué había expresado el deseo de demorar su casamiento? ¿Sería solamente por delicadeza, para dejarla libre de dedicarse al cuidado del enfermo por lo que Huberto había manifestado aquel deseo?
Pero tampoco hubieran podido esclarecerle el misterio las más francas confidencias. En su espíritu no había, decididamente, puntos de apoyo para apreciar las razones íntimas que movían los actos de Adriana. Debemos dejarla hacer declaró al fin ella sabe de sus cosas mucho más que nosotros. No quiso Adriana ver a su confesor ordinario, en la iglesia del Socorro.
Cuando vio a Muñoz se entristeció, le tendió la mano casi con timidez. Sus ojos expresaban dulzura y seriedad. Lucía caminó rápidamente hacia ella. ¡Qué bonita estás! exclamó contemplándola con admiración. En seguida, para dejarla con Muñoz, le hizo un signo de inteligencia, agrandando los ojos y sonriendo; le dio la espalda y fue a tomarle las manos a Charito.
Sus presentimientos se habían realizado. ¿Cómo volver a Peñascosa con la muchacha? ¿Cómo dejarla allí abandonada? Todas las soluciones que acudían a su mente le parecían igualmente comprometidas. Pensó en telegrafiar al padre, pero no era posible explicar en un telegrama lo ocurrido, ni aun de palabra podía hacerlo dignamente.
Palabra del Dia
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