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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Tengo que hablarlo; venga un momento... ¿Qué misterio es ése?... ¡Hable aquí, Baldomero!... Este se aproximó a Melchor y bajando la voz como si quisiera hablar para él solo, pero dejándose oír por Lorenzo y Ricardo a quienes, por detrás de Melchor, hacía señas de que no era cierto, le dijo: Ahí está Anastasio... venga... Patroncito...

Entraron por una puerta lateral, y mientras Goicochea marchaba hacia el altar mayor, dejándose caer de rodillas ante la Virgen con devoción compungida, Aresti paseó por el templo, examinándolo. Los reclinatorios, los bancos y los altares, llamaron inmediatamente su atención.

Al día siguiente, muy temprano, salió del estanco y fue a casa de una modista, con la cual, tiempo atrás, contrajo amistad mientras trabajó en el teatro. Estuvo largo rato viendo telas, escogiendo colores, examinando figurines, probándose modelos y dejándose tomar medidas. Todo lo que se encargó fue sencillo y elegantísimo; pero caro para ella.

Diariamente abría con el juego una ventana á la Fortuna, por si se dignaba acordarse de ella. ¡Quién sabe si alguna tarde plegaría sus alas de oro sobre una mesa del Casino, dejándose acariciar, como un águila domada, por las finas manos de Alicia!...

Hoy ha tenido dos o tres soponcios sólo de pensar en que te vas. Buena hacienda dejas hecha antes de ser clérigo. Dime, condenado, ¿por qué viniste por aquí y no te quedaste por allá con tu tío? Ella, tan libre, tan señora de su voluntad, avasallando la de todos y no dejándose cautivar de ninguno, ha venido a caer en tus traidoras redes.

Antes que concluyera la vieja, se apartó Clara, y fué tal su angustia al pensar que todos la tratarían de igual modo, que casi estuvo á punto de abandonarse á su desesperación, dejándose morir allí de hambre, de frío y de dolor.

En aquella avanzada estación, la partida pronto salió de las regiones húmedas y templadas de las colinas, al aire seco, frío y vigoroso de las sierras. El sendero era estrecho y dificultoso; hacia el mediodía, la Duquesa, dejándose caer de la silla de su caballo al suelo, manifestó su resolución de no continuar más allá. El paraje era singularmente imponente y salvaje.

Pero cuando volvió el rostro para mirar una vez más hácia su casa, la casa donde se habían evaporado sus últimos ensueños de niña y se dibujaron sus primeras ilusiones de joven; cuando la vió triste, solitaria, abandonada, con las ventanas á medio cerrar, vacías y oscuras como los ojos de un muerto; cuando oyó el debil ruido de los cañaverales y los vió balancearse al impulso del fresco viento de la mañana como diciéndole «adios», entonces su vivacidad se disipó, detúvose, sus ojos se llenaron de lágrimas y dejándose caer sentada sobre un tronco que había caido junto al camino, lloró desconsoladamente.

Entró don Santos en la tienda, que era como el Magistral se la había representado, y dejándose alumbrar por el sereno atravesó el triste almacén donde retumbaban los pasos como bajo una bóveda, y subió la escalera lentamente, respirando con fatiga. El sereno salió, después de entregar la llave al amo de la casa. Cerró de un golpe y se fue calle arriba. Obscuridad y silencio.

Puesto que me lo pides, lo haré, contra mis deseos. ¿Quieres estar solo? pues solo te dejo. ¡Adiós, Amaury! ¡adiós, amigo mío! ¡Adiós! respondió Amaury, dejándose caer en un sillón. Y añadió: Di a mi ayuda de cámara que no quiero ver a nadie y que no permita que se me moleste sin que yo llame. No estoy para soportar la menor molestia ni deseo contemplar un rostro humano.

Palabra del Dia

ciencuenta

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