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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Soledad escuchaba serena, complacida, dejándose arrullar por aquella cascada de palabritas de miel que nunca habían llegado á sus oídos. Llevaba los ojos puestos en el cielo y sonreía de vez en cuando á los amorosos extremos de su amante. De repente vió correr una estrella, y para que no fuese mensajera de algún mal exclamó: ¡Dios te guíe! ¡Dios te guíe! Velázquez la miró sorprendido.
«¡Pobre Flor de Río Negro! siguió diciéndose . Debo ir mañana á implorar su perdón, si es que se digna escucharme.» Entró en la Presa ensimismado, dejándose llevar por el instinto de su cabalgadura; pero de pronto notó que ésta quería detenerse, y al levantar su cabeza se dió cuenta de que estaba ante la casa de la Torrebianca.
Y todavía quiso añadir más cuidados a los de Santiago: mandó traer un calorífero y ella misma se lo puso debajo de los pies; después le envolvió las piernas en una manta y le puso en la cabeza una gorra de terciopelo. Los niños revoloteaban en torno de la butaca, acariciándole y dejándose acariciar de su tío.
Nos sentamos en un sofá al concluir la pieza que habíamos bailado, y como yo tratara de guardar cierta distancia respetuosa, dejándose caer sobre el respaldo del asiento, e inclinando la cabeza graciosamente, me dijo: ¿Por qué tan lejos? Acérquese usted más... tome mi abanico, deme aire, me sofoco...
Tan sólo lo comprendían en el Teatro Real, dejándose caer poco a poco en la poltrona de Violeta Valery, cantando al compás de la orquesta y en los brazos de Alfredo: ¡Addio d'il passato!
Por fin llegó el coche destartalado, sucio, a paso de tortuga. ¡Al Vivero, a escape! gritó don Fermín dejándose caer como un plomo sobre el asiento duro que crujió.
Leoville, sin contestar, se levantó y dejándose conducir como un niño por Antonia la siguió, volviendo con ella al comedor. Sentáronse de nuevo a la mesa, pero Amaury se negó a probar bocado. El doctor quiso hacerle tomar una taza de caldo, pero fue inútil su empeño; el joven contestó que le era de todo punto imposible tornar ningún alimento y volvió a caer en su abstracción.
Dejándose persuadir por Narada, había creído en el levantamiento general de toda la India, en favor del predominio brahmánico, y no juzgó prudente ni seguro tratar de volver a Goa, ni dirigirse a otro lugar que no estuviese fuera de los límites de la India.
Ella no contestaba, abandonándose en el brazo que el capitán había pasado por su talle, dejándose arrastrar como si estuviese medio desvanecida, entornando los ojos y ofreciendo su boca. Mientras Ulises iba repitiendo súplicas y caricias, la voz de su cerebro cantaba victoria. «¡Ya está!... ¡Esto es hecho!... Lo que importa es meterla en el hotel.»
Le repito que he escrito ya al ministro y no tiene usted derecho a condenarme sin saber en qué sentido lo hice... ¿Por qué motivo no me concede usted su confianza y me niega los días de plazo que le pido? ¿Por qué? replicó Simón, dejándose llevar por el ardor juvenil que no podía ya contener.
Palabra del Dia
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