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Actualizado: 30 de abril de 2025


¿Para qué me habéis llamado? exclamó el joven con afán acercándose. Decidme primero lo que habéis pensado de al leer la carta que os he enviado con don Francisco. He creído... no he creído nada, porque vuestra carta me ha aturdido. ¿No le veis, señora? ¿No conocéis que estoy muriendo? Domináos, reflexionad y decídmelo: ¿qué pensáis de esta extraña cita?

Vamos, querida Marta, tranquilizadme; decidme que también soportaréis con valor esta última prueba. ¿Cómo no me respondéis? ¡Oh, dejadme llorar! dijo Marta sollozando ; las lágrimas calmarán un poco mi angustia y disiparán el aturdimiento de la cabeza. Por amor de Dios, Marta, no perdamos tiempo. Pueden sorprendernos a cada instante e interrumpirnos en nuestra conversación.

¡Cuán poco juiciosa eres, Reina! El juicio, según mi opinión, consiste en querer la felicidad. Decidme que me querrá, señor cura, decídmelo. No deseo otra cosa, hijita querida, respondíame el cura, quien a pesar de su horror al sufrimiento físico hubiera sido capaz de seguir el ejemplo de Mucio Scévola, si la realización de mis anhelos hubiese dependido de semejante sacrificio.

Más que su retrato, ella, ella misma.... Emma abría la boca sin comprender; Marta, adivinando, ya sentía envidia; ello iba a ser que Emma se parecía a alguna mujer ilustre.... Pero la Gorgheggi no acababa de explicarse... y añadió: ¡Ah! ¡Mochi y Minghetti!... Venid... venid.... A ver, decidme a quién se parece esta señora... ¿Quién es... quién es... precisamente lo mismo que ella?...

Bueno, señores sabinos, voy a ayudaros a recordar. Decidme, ¿para qué os dedicáis a la gimnástica? UNA VOZ TÍMIDA EN EL FONDO. Para tener los músculos fuertes. MARCIO. ¡Muy bien! ¿Y para qué necesitamos tener los músculos fuertes? ¡Responded! OTRA VOZ TÍMIDA. Para pegarnos. Un sabino, un amigo de las leyes, un puntal del orden, un modelo, único en el mundo, de lealtad.

¡Que he amargado yo...! ¡que puedo yo amargar vuestra vida! ¡oh! ¡no me lo digáis, no! ¡eso me desesperaría! ¡eso no puede ser! ¡eso no es! Yo no podía comprender... no, no podía comprender que de repente, á primera vista, pudiese el corazón interesarse de tal modo... ¡Ah! decidme... me interesa conocer vuestro corazón. ¿Vais á ser franco y leal conmigo? Os lo prometo.

Es de esperarse, Reinita. Es de esperarse... Contestadme de un modo más categórico, mi cura. ¿En qué pensáis? ¡Oh! no es posible que se enamore de una extranjera; decidme que no es posible y que pronto me querrá. Lo deseo ardientemente, pobre hijita mía; pero harías bien en suponer lo contrario y prepararte de antemano. Me vais a hacer morir de impaciencia, con vuestra resignación, señor cura.

-En casa os las mostraré, mujer -dijo Panza-, y por agora estad contenta, que, siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse. -Quiéralo así el cielo, marido mío; que bien lo habemos menester. Mas, decidme: ¿qué es eso de ínsulas, que no lo entiendo?

; , señor. Gracias, señora, gracias. Ahora decidme: ¿cuál es la situación horrible en que os encontráis? Hablad, que aunque yo no sea el rey, tengo poder bastante para salvaros. Juradme por vuestra alma que me salvaréis y que no desconfiaréis de . Os lo juro. Voy á ser muy franca con vos. Os lo agradeceré. Yo, señor, no soy noble. Tenéis la nobleza de la hermosura.

Palabra del Dia

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