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Actualizado: 4 de julio de 2025


Habrá quien diga que debí conocerle antes; ¿pero qué mujer joven puede conocer a un hombre en uno o dos años de noviazgo, por sólo conversaciones de palco o baile, con miradas en paseo y misa, con cartas donde la imaginación vence al juicio en ese periodo de la vida en que ella no se cuida sino de parecer bonita y él no piensa más que en ocultar defectos?

La carta decía como sigue: «Mi querida Chemed: Yo soy el más débil y el más malvado de los hombres. Debí huir de ti desde el primer momento y no entregarte nunca un corazón que no te pertenecía, que era de otra mujer y que jamás podía ser tuyo. Todo el afecto, toda la ternura que te he dado, ha sido falsía, perjurio e infamia.

Y volviéndose á punto á los bizarros, que en su socorro desalados llegan, Sin su valor les dice en este dia de Rey quedára mi Granada huérfana. La vida le debí: llegárais tarde si ántes él no acudiera á mi defensa.

Este acontecimiento me ha causado un gran pesar, porque me he reprochado mi negligencia en ir a visitarle durante sus últimos momentos. Ciertamente que yo lo creía ya curado; pero no hube de fiarme en su aparente mejoría y debí tener en cuenta lo avanzado de su edad. Mi obligación era haberme ocupado con mayor solicitud del pobre anciano.

Pero yo debí poner tal cara, con el susto, que dejó de reír y me lo entregó. ¿Me habré traicionado? ¿Habrá él adivinado? "Tampoco Adriana se reía". "3 de julio. "Hace ya quince días que no viene. ¡Qué tristeza! Estoy adelgazando mucho. Dicen que es anemia. "Esta mañana me quedé un buen rato delante del espejo, mirándome en los ojos, fijamente. No podría escribir lo que sentí.

¡Cállate gritó Miranda desatentado ; cállate y no digas necedades! prosiguió con esa grosería conyugal de que no se eximen ni los hombres de buen tono . Antes de casarte, debieras haber aprendido a conducirte en el mundo, para no ponerme en evidencia y no hacer ridiculeces de mal género; pero no de qué me quejo; no debí esperar otra cosa, al casarme con la hija de un tendero de aceite y vinagre.

En primer lugar, siendo yo mocita casadera, y si no ocupando cierta posición, aspirando a ocuparla, debí dejar de ir por agua a la fuente y a lavar al albercón. Debí darme más tono. Y ya que no me lo di, aún fue mayor disparate el querer de repente transformarme en dama y eclipsar y aturdir y excitar la envidia y la rabia del señorío mujeril de este lugar.

Admiró la hermosura del cielo y se estremeció con repugnancia al ver una rana. Todo lo que es bello le produce un entusiasmo que parece delirio: todo lo que es feo le causa horror y se pone a temblar como cuando tenemos mucho miedo. Yo no debí parecerle mal, porque exclamó al verme: «¡Ay, prima mía, qué hermosa eres! ¡Bendito sea Dios que me ha dado esta luz con que ahora te siento

Y yo callada decía misia Casilda, caminando sin rumbo, como si no tuviera lengua para decirle cuatro frescas; se me han quemado los libros: cuando comprendí que mi visita era inútil, debí erguirme y tratarla de igual a igual; ¿a qué humillarse?

Me eché a temblar, porque el estado de inquietud en que me hallaba hacía algunos días me predisponía a los sobresaltos. Tengo que hablar con usted dijo por lo bajo, pasando cerca de con semblante severo. Debí de ponerme pálido, pensando que iba a anunciarme una catástrofe.

Palabra del Dia

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