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Actualizado: 4 de junio de 2025


A , nada... digo, , mucho, porque todo lo que se refiera a usted ¡claro! ¡me interesa! ¡claro!... ¡Oscuro! digo yo, ¡oscuro! ¿Por qué le ha de interesar a usted que una religiosa renueve sus votos? Debí espetarle en aquel momento la declaración que tenía preparada, ¿no lo creen ustedes así? La ocasión era que ni encargada. Pues no me atreví, ¡ea, no me atreví!

Siento que hayáis pensado cosa semejante. No, camarada, ni pensarlo siquiera. Fué una prueba para ver si seguías siendo el mismo, aunque no debí dudarlo un momento. ¿Dónde estaría yo hoy, á no haberos conocido en la venta de Dunán? Desde luego no hubiera ido al castillo de Monteagudo, ni sería escudero de nuestro valiente capitán, y probablemente no hubiera visto nunca á....

¿Igual? ¡Anda, anda! Y con mucha formalidad me puse a explicarle la diferencia. Debí de estar muy pesado, porque concluyeron por dejarme solo. El Naranjero, que no cesaba de bromear con todo el mundo, se acercó a y me dijo: Joven, ¿qué debe hasé er que se casa?... Aprovecharse, ¿verdá uté? No comprendo por qué aquella inocente broma me pareció un insulto terrible.

Y la jota esparcía por todo su ser tristeza infinita, pero que al propio tiempo era tristeza consoladora, bálsamo que se extendía suavemente untado por una mano celestial. «Debí darle la peseta» pensó, y esta idea le produjo un remordimiento indecible.

Yo no debí poner los ojos con tanta complacencia en esta mujer peligrosísima. No me juzgo perdido; pero me siento conturbado. Como el corzo sediento desea y busca el manantial de las aguas, así mi alma busca a Dios todavía.

En el cerebro le fulguró esta idea: «Si conforme traigo la capa nueva, trajera la vieja....» Y al entrar en su casa: ¡Maldito de ! No debí dejar escapar aquel acto de cristiandad. Dejó la medicina que traía, y, cambiando de capa, volvió á echarse á la calle. Al poco rato, Rufinita, viéndole entrar en cuerpo, le dijo asustada: Pero, papá, ¡cómo tienes la cabeza!... ¿En dónde has dejado la capa?

Se le llenaron de lágrimas los ojos. «Bien decían en el Seminario murmuró con despecho que soy muy apocado y muy... así..., como las mujeres, que por todo se afectan. ¡Vaya un sacerdote ordenado de misa! Si tengo tal afición a chiquillos, no debí abrazar la carrera que abracé.

El viajero la miraba, empezando a comprender el enigma. La niña le daba la clave de la mujer. Debí figurármelo dijo para su sayo . ¿Llegaron ustedes juntos hasta Venta de Baños? preguntó a Lucía después. , ... allí cenamos. Miranda se quedó sin duda facturando....

Quería protegerlo y ser protegido por él mismo; era como una prenda de mi padre, que me lo recordaba y me lo reproducía; lloré mucho sobre él y debí humedecerlo tanto con mis lágrimas, que mis manos llevaron muchas veces a los labios el sabor amargo del llanto; y fue así, abrazado de mi libro, defendido el pecho por sus páginas, que me dormí aquella noche, la última de mi vida en que debía ver al autor de mis días.

De veras que debí darle la peseta... ¡Pobrecilla! Si mañana tuviera tiempo, la buscaría para dársela». El reloj de la Puerta del Sol dio la hora. Después Moreno advirtió el profundísimo silencio que le envolvía, y la idea de la soledad sucedió en su mente a las impresiones musicales. Figurábase que no existía nadie a su lado, que la casa estaba desierta, el barrio desierto, Madrid desierto.

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