Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 4 de junio de 2025
Cuando él buscaba la intimidad mía, cuando con tanta reserva y tanta habilidad procuraba vencer mi resistencia tonta, yo, en vez de sonreír enigmáticamente debí abrirle mi corazón. ¡Qué júbilo hubiera él tenido, con qué abandono nos hubiéramos puesto a querernos!" "6 de junio. "No está todo perdido. ¡Qué mal hice de ponérselo yo misma por los ojos! En adelante ya no le hablaré más de Julio.
Era la señora Vizcondesa, engolfada en hacer una descripción del lago Pavin, que yo debí imitar, porque indudablemente valía más que la mía.
¡El sobrino del cocinero mayor! ¡el señor estudiante! ¡el señor capitán! ¡el embustero! ¡el mal nacido! ¿Pero qué granizada es esa, amiga mía? Debéis saberlo vos. Vos, que habéis formado la tormenta. ¡Pero yo me tengo la culpa! ¡Yo no debí recibiros! ¡yo debí conoceros! el que se atrevió á enamorarme en el convento cuando yo pensaba ser monja...
Entré sola, y debí entrar con mal pie. ¿No ha notado el señor comisario cómo algunas veces todo nos sale torcido, y cuando queremos agradar ofendemos á las gentes, lo mismo que si un demonio nos guiase?... El comisario no se dignó contestar.
Nunca volveréis a tener por mí la misma estima dijo Godfrey un momento después, con voz algo trémula. Nancy permaneció silenciosa. No debí dejar a la niña sin reconocerla; no debí ocultaros este secreto. Me era imposible soportar la idea de renunciar a vos, Nancy. Me vi obligado a casarme con aquella mujer, y eso me hizo sufrir mucho. Nancy seguía siempre silenciosa, con la mirada baja.
Una de las veces sus ojos chocaron francamente con los míos, y los dos sonreímos, sin saber por qué. Bajolos, al fin, y, mostrando vergüenza, dijo en voz baja: Ya sé que me has llamao... aquí pronunció a medias la palabra fea que yo había dicho a Suárez en la memorable conferencia de la taberna. Debí de empalidecer terriblemente, y murmuré, rechinando los dientes: ¡Infame!
Pronunciaba palabras definitivas acerca del deber, en tanto que mis manos se perdían por la rolliza grupa de esta Elisa tan trémula. ¿Qué sucedió luego...? Creo recordar que la joven me condujo a un baile público y que me obligó a bailar. Debí escandalizar a los concurrentes habituales de aquel lugar, porque pronto nos plantaron en la calle. Yo era ya un pingajo.
PANTOJA. Lázaro Yuste, sí... Al nombrarle, tengo que asociar su triste memoria a la de una persona que no existe... muy querida para ti... PANTOJA. Persona que no existe, muy querida para ti. Mi madre! PANTOJA. Han llegado los días del perdón. Perdonemos. No la nombran más que para deshonrarla. PANTOJA. ¡Oh, triste de mí!... No debí, no, no debí hablarte de esto.
Apenas honrado con la confianza de usted, mi primer deber era aconsejarle que no aceptase sino bajo beneficio de inventario, la embrollada sucesión que le había correspondido. Esta medida, señor, me ha parecido que ultrajaba la memoria de mi padre, y debí negarme. El señor Laubepin me lanzó una de sus miradas inquisitoriales que le son familiares; y repuso.
Y se puso a sollozar, hablando, con la voz entrecortada. Perdóname, Raquelita, perdóname. Ya sé que no tengo ni el derecho de pedirte perdón. Cuando debí hacerlo, te insulté. Sí, he sido contigo demasiado mala. Ya no lo soy. He perdido todo mi orgullo odioso. No, no me mires con ese modo asombrado.
Palabra del Dia
Otros Mirando