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Actualizado: 16 de junio de 2025
Llegué hasta el pie de los muros y presté atento oído a los rumores de su soledad, pero no oí más que el viento del norte que gemía débilmente en los patios interiores y el grito de las aves de presa que revoloteaban sobre las torres. En la parte exterior no encontré más que puertas rotas sobre sus goznes, grandes vestíbulos, sobre los que no se veían huellas humanas, y celdas desiertas.
Echamos pie a tierra, dimos, en medio de la oscuridad, con una puerta que se abrió a fuerza de golpes y penetramos todos en una pieza cuadrada, débilmente iluminada por algunos candiles y dentro de la cual había unas quince personas, algunas preparando sus lechos y otras alrededor de una mesa, huérfana aún de comestibles.
Bueno murmuró el viejo , no quiero retenerte más, Shanti. ¡Adiós! y me tendió los brazos y me estrechó en ellos débilmente. Salí del cuarto y bajé con Mary al raso del caserío. Si puedo servir a usted en algo, dígamelo usted advertí a mi prima. Hoy no necesito nada. Cuando necesite.... Entonces, hábleme usted sin ningún reparo. Así lo haré. ¡Muchas gracias! Adiós, Mary. Adiós.
Apenas se distinguían los muebles, antiguos, de maderas de color atezado y los dorados de las marqueterías brillaban débilmente. Telas de colores sobrios, blancas muselinas flotantes completaban un conjunto de tonos pálidos y dulces, impregnando de tranquilidad y recogimiento en la semioscuridad de un suave crepúsculo.
Las fuerzas carlistas contestaban débilmente al cañoneo: debían tener pocas piezas y de escaso alcance, porque sus tiros iban a estrellarse en un ribazo situado por bajo de los cerros, casi en la orilla del río, produciendo los cascos de granadas, al caer en el agua, anchos círculos de ondas que se estrellaban en las márgenes.
No hizo mucho alto en ello Flora, pero como se tardase demasiado hubo de inquietarse. Se hallaba ésta solitaria y esclarecida débilmente por un candil que pendía de la campana de la chimenea. Jacinto reposaba sobre uno de los bancos al pie del lar y tenía la cabeza metida entre las manos. ¿Qué te pasa, Jacinto? ¿qué tienes, rapaz? le preguntó acercándose á él sonriente.
Pero el amo estaba de mal talante, y respondía con palabras breves a sus preguntas. No se quedaba en casa: cenaría en el Casino. A la luz de un quinqué que alumbraba débilmente su vasto dormitorio, cambió de traje y se acicaló un poco, tomando una llave enorme de manos de madó para abrir cuando volviese a altas horas de la noche.
Llegué a Quimper anteayer, a la caída de la tarde, y después de haberme hecho llevar al mejor hotel de la ciudad, lo que no quiere decir que sea bueno, me he dirigido a la casa de la señorita de Boivic, un edificio situado en las cercanías de la Catedral y de aspecto austero y triste, que hace menos sorprendente el encontrar en ella muertos que vivos, una criada en traje rústico y cofia bretona me introdujo en un vasto salón herméticamente cerrado y débilmente alumbrado.
Escondido el rostro entre sus manos, la señora Princetot movía negativamente la cabeza y se limitaba a repetir con obstinación. ¡Ay, Dios mío!... ¡Dios mío!... ¿Por qué... por qué?... Se defendía aún, pero mucho más débilmente. ¿Por qué? replicó Delaberge.
Estábamos tan preocupados, que a poco nos sorprende el crepúsculo en el bosque. Al dejar a mi Adela he querido, he osado estrecharla otra vez en mis brazos. Uno de los suyos me rechazaba débilmente, el otro me retenía... Un deslumbramiento semejante al que produciría la claridad de un meteoro ha turbado de pronto mi vista, mi cabeza se ha inclinado y mi boca se ha encontrado con su boca.
Palabra del Dia
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