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Actualizado: 29 de julio de 2025
Cuando recobré la razón, mi huésped díjome que había estado enferma toda una semana, pero que sus cuidados me habían vuelto la salud; me dijo también que hacía dos días que la Corte había marchado a Madrid.
Por otra parte, los cuidados y faenas que la labranza exige requieren tal número de brazos, que la ociosidad se hace imposible y los varones se ven forzados a permanecer en el recinto de la heredad. Todo lo contrario sucede en esta singular asociación.
Me apoderé de Lea por el aspecto exterior de mi vida, que era justamente aquel á que le hacía más sensible su naturaleza italiana. Más que mis atenciones, mis cuidados y mi ternura, ganaron su voluntad mi carruaje correctamente enganchado y esperando á su puerta, mis elegantes libreas, el refinamiento de mi porte, la sonoridad de mi nombre y la autenticidad de mi título.
Traté de hacerle comprender la vida de estudio y de trabajo que hace Lacante, sus relaciones con escritores y sabios, su casa sin mujer y lo difícil que le hubiera sido tener a su lado y educar a una niña. Le pinté además sus ataques de gota que le entregan a los cuidados mercenarios de una criada. La muchacha se conmovió. Yo sería de buena gana su sirviente exclamó con pasión.
Hablaban del colegio, que había dado su examen en aquella semana, y dejaba a Sol libre durante dos meses: y a Sol no le gustaba mucho enseñar, no, «pero sí me gusta: ¿no ves que así no pasa mamá apuros? ¡Mamá!». Y Sol contaba a Lucía, sin ver que a esta al oírlo se le arrugaba el ceño, cómo inquietaban a doña Andrea los cuidados de Pedro Real, de que no hablaba la señora, porque la niña no se fijase más en él; pero ella no, ella no pensaba en eso.
¡Escúchame, hija mía!... Esta pasada noche reflexionaba... pensaba en ti... pensaba que yo era para ti todo lo que debo ser... todo lo que quiero ser... Soy una anciana enferma... Esa es mi excusa... Tus cuidados, tus buenos oficios me son preciosos, no lo oculto... sería para mí contrariedad muy grande verme privada de ellos. Pero, señora, yo absolutamente pienso...
Y cuando, después de tres años de vida común, llena de paz y de consuelo, el Cielo prometió bendecir su unión, ella no cesó, aunque su estado exigía los mayores cuidados, de ir y venir, arreglándolo y dirigiéndolo todo, en la cocina, en la bodega y en la casa. Casi parecía que hubiera querido ganar así para su marido la dote que no había podido llevarle.
Se creyó que era un síncope producido por la fatiga. Transportósela a su cama, donde luego, merced a los cuidados de Cecilia, recobró el conocimiento. Pero no la facultad de hablar. La infeliz señora no pudo ya articular palabra. Así estuvo dos días, sin que los esfuerzos de don Rufo, ni los de otro médico que llegó de Lancia, lograsen poner en movimiento aquella lengua, que se había paralizado.
Aquella pobre morada se había aseado y dispuesto con esmero y decencia, gracias a los cuidados de la tía María y del hermano Gabriel. Sobre una mesa se había colocado un crucifijo con luces y flores, porque las luces y los perfumes son los homenajes externos que se tributan a Dios. La cama estaba limpia y primorosa.
Linilla sonreía alegremente, pensando en la próxima llegada de su protector; pero no podía disimular su tristeza. A cada rato bajaba los ojos, y se ponía pensativa y suspiradora. La atormentaba, sin duda, la idea de que iba a separarse de la enferma, y como si quisiera dejarle grato recuerdo de sus cuidados, la pobre niña se extremaba en todo cuanto a la anciana se refería.
Palabra del Dia
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