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Actualizado: 29 de julio de 2025
De pronto se echó hacia atrás, confusa y avergonzada... Un elegante jinete acababa de desembocar en la plaza, y al sorprender a la joven sonriendo a su ensueño, se detuvo y, maquinalmente, se quitó el sombrero. Julieta cerró vivamente la ventana y se apresuró a dedicarse a los cuidados de la casa.
Había una persona se la adivinará sin esfuerzo que más que cualquiera otra observaba con viva, con secreta solicitud el desarrollo próspero de Eppie, bajo la influencia de los cuidados del tejedor.
Era cierto que había aceptado la mitra a condición de escoger, sin que valieran recomendaciones, una persona de su confianza en quien depositar los cuidados del gobierno eclesiástico. El Magistral era sin duda el hombre de más talento que él había conocido.
Tenía cuarenta años muy bien cuidados; amaba mucho, y se creía un lechuguino, en la esfera propia de su cargo, cuando dejaba el mandil y se vestía de señorito. Colás era un pinche de vocación decidida, colorado y vivo, de ojos maliciosos y manos listas. Los dos personajes, a más de la robusta montañesa que tenía a su servicio Visita, ayudaban a las damas en su tarea.
Sus intentos de vida simple y campesina en el retiro de Villa-Sirena no le habían hecho olvidar los cuidados higiénicos á que estaba acostumbrado desde la niñez. Pero ahora se trataba de algo más; quería acicalarse, realzar con exquisiteces interiores su individualidad física, que consideraba de repente un poco maltratada por los años.
Y no fué sin gran sorpresa que la oí terminar nuestra conversación con estas palabras: Ha llegado el momento de decirle, señor, que le estoy profundamente agradecida por sus cuidados; que cada día me agrada más su compañía y siento más estimación por su persona.
La llama su amiga, su bienhechora, su ángel salvador, en reconocimiento de algunos cuidados que ha recibido de ella durante su enfermedad, y, en efecto, es un ángel esta niña. Yo no me acuerdo haber visto nada más gracioso ni más dulce que sus facciones, nada más atrayente ni más cordial.
Cuando me siento mal, siento con más fuerza la falta que me hace una hermana que contentase a papá, que le distrajera de sus preocupaciones y cuidados... A él mismo se lo he dicho; y él dice que está contento conmigo sola, no quisiera dividir el cariño que me tiene. No, papacito mío, en tal caso el cariño no se dividiría: se sumaría...»
No es sensato, sin embargo, convertir en certeza tales dudas, puesto que ya no existen las producciones en que pudiéramos fundarnos ; mas no se afirmará que la degeneración del arte no se anuncie ya en estos nimios cuidados que se consagran á recrear los sentidos, y hasta la circunstancia de que ninguno de esos trabajos literarios haya durado hasta nuestros días, parece confirmar que el mérito de casi todas ellas no era extraordinario.
Su madre le había amado con uno de esos cariños concentrados y feroces que asfixian a fuerza de cuidados. Durante la niñez le tenía preso a sus faldas, sin consentirle tomar parte en los juegos de los demás niños por temor de que se lastimase.
Palabra del Dia
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